Mientras la capital extremeña se acicala para celebrar sus ferias y fiestas con guirnaldas por las calles más céntricas y con un alumbrado que se ha denominado como "espectacular", en la calle Villafranca de los Barros se hacen fuertes frente al aburrimiento y sabedores que anoche no pudieron presenciar el encendido del real de la feria.

Allí están un nutrido grupo de aficionados al fútbol (a las 17.55 horas de ayer se habían apuntado a la lista de la cola 707 personas), cuya única meta era que sus relojes marquen las diez de esta mañana para que se abran las taquillas del estadio y de esta forma conseguir un par de las cuatro mil entradas que se van a poner a la venta para poder presenciar un evento histórico en la ciudad, y es que con la resaca de la propia feria y del Día de Extremadura, el Estadio Municipal Romano va a presentar sus mejores galas para acoger por primera vez en su historia a la selección española absoluta de fútbol en su enfrentamiento contra Estonia el día 9.

Las armas más utilizadas para que el tiempo pase lo antes posible son las propias para pasar un día en la playa, en la piscina o en el embalse de Proserpina, a saber, una silla de camping (los que tienen respaldo reclinable son unos privilegiados), una sombrilla de camping o playa (los valientes han tenido que soportar temperaturas de hasta 40 grados) y una mesa. A partir de ahí los hay que tiran de nuevas tecnologías tales como la música y juegos del móvil o la PSP.

El primer afortunado que podrá tener las localidades será Francisco López, un joven emeritense que llegó a las taquillas el domingo a las once y cuarto de la mañana. Con lo cual va a completar una espera de casi 45 horas. Francisco junto con dos familiares va a comprar seis entradas. Pero ¿qué se hace durante dos días en los que no hay otra cosa que hacer que esperar a que abran las taquillas? En el caso del primero, sus antídotos contra el aburrimiento han sido "jugar a las cartas, jugar la pelota, escuchar música por el móvil y por la noche hacer un pequeño botellón".

Los avituallamientos eran cosa de "mi madre que me trae tortilla y agua", a pesar de los cuidados un amigo de Francisco que le acompañaba en la aventura, "se ha tenido que ir porque con el calor se ha mareado". Y todo esto por ver sobre todo "a Villa y a Torres".