La calamitosa situación en la que se encuentra el Cáceres CB traspasa los límites de lo que significa una crisis institucional de una sociedad anónima deportiva.

Los últimos acontecimientos deben invitar a la reflexión, no sólo del club y sus aficionados, sino también de todo aquel que quiera todo lo que significa lo extremeño. Si nadie lo remedia, el Cáceres vive sus últimos meses antes de su disolución. Y el Cáceres se muere de la peor manera posible: sin que casi nadie se preocupe por su supervivencia.

Este diario rememoraba ayer los 20 años de autogobierno y destacaba como uno de los hechos más sobresalientes los grandes éxitos de nuestro deporte, con los ascensos a Primera del Mérida y el Extremadura y el Cáceres a la Liga ACB. Da lástima ver cómo, casi once años después, el club de baloncesto agoniza en circunstancias que, a más de uno, deberían avergonzar.

Los jugadores comunitarios se pueden ir esta misma semana ante los reiterados impagos; los americanos, otro tanto. Los bancos ni siquiera adelantan el dinero de la subvención municipal y el equipo se descompone antes de terminar la temporada. Hace un año, el alcalde de Cáceres, José María Saponi, pedía una mínima implicación de las entidades bancarias de la ciudad con un proyecto que traspasa el ámbito de la élite. Ni caso. Ni nuestros políticos tienen fuerza. Así somos y así nos va.