Nació con el don de los elegidos, tocado por la varita mágica de los que consiguen ser mucho más que simples futbolistas. Bernd Schuster marcó una época en el fútbol español. Consiguió que a cualquier chico rubio que jugase bien en el barrio se le conociese como Schuster y se dio el fenómeno de que varios chavales españoles fuesen llamados con el nombre futbolístico de este alemán. Raúl González, Julen Guerrero, Iván de la Peña o Guillermo Amor le reconocen como su referente futbolístico.

La leyenda nació en un tipo diferente con el balón en los pies, capaz de dar pases milimétricos a 40 metros, de combinar su extraordinaria potencia con una calidad más propia de un jugador brasileño y, sobre todo, con una inteligencia superlativa con el balón en los pies. Lo hacía demasiado fácil para ser verdad. Su juego era tan arrollador como su personalidad. Rebelde hasta la saciedad. En todos los clubs por los que pasó dejó una impronta de genio díscolo.

Donde mejor le entendieron fue en Barcelona donde vivió ocho buenos años, con una Liga, dos Copas y una Recopa, en los que compartió estrellato con Maradona. Aquella final de la Copa de Europa perdida con el Steaua en Sevilla fue el principio del fin. La cólera del ángel rubio se desató cuando le sustituyeron en aquel partido y abandonó la concentración. Núñez le castigó con un año en el ostracismo, etapa que aprovechó para aprender piano, y él devolvió el golpe pasándose al Real Madrid.

En el Bernabéu pasó dos buenísimos años ganando dos Ligas. En el verano del 90 Schuster le dijo a Ramón Mendoza que no viajaría a Argentina a jugar un torneo veraniego y se largó del club. Su destino no podía ser otro que el Atlético, donde sumó otras dos Copas del Rey a su palmarés y del que aún conserva un recuerdo, Gastador, el caballo hijo de Imperioso que le regaló Jesús Gil. Decidió acabar su carrera en Leverkusen donde colgó las botas en 1996.

Renuncia a la selección

Ya antes, con 23 años, decidió abandonar la Selección alemana, con la que ganó la Eurocopa del 80. Schuster no jugó ni un solo Mundial, esta vez, por ser un rebelde con causa. En 1983 nació su hija Sarah en Barcelona. Claro que su mujer, Gaby, merecería una historia aparte. Influyó de manera determinante en la vida futbolística de su marido. Marcó las líneas maestras de su trayectoria y, en los momentos complicados, más que apaciguarle no eludía ninguna controversia. Al final, además de esposa, confidente, amiga, acabó siendo su representante.

Schuster siempre llevó el fútbol muy dentro. A pesar de su frialdad, su tendencia es siempre cercana a la exageración. A ver cómo explica si no que después de veranear 15 años en Ibiza no haya pisado a día de hoy ni una sola discoteca de la isla.

Aunque algo queda de su vitola polémica, lo cierto es que el alemán, como se le conoce en el mundillo, presenta un talante mucho más maduro como entrenador. Sus inicios en el fútbol alemán ya fueron prometedores, pero su tarjeta de presentación en el Xerez le avaló como un técnico a tener muy en cuenta.

Tras una experiencia intensa y diferente en Ucrania, con el Shaktar Donetz, regresó al fútbol español en el Levante, en el que un capricho de su dueño, Pedro Villarroel, le costó la categoría al equipo. Villarroel cesó a Schuster cuando el equipo tenía cuatro puntos de ventaja sobre el antepenúltimo, después de un comienzo de temporada que hizo del Levante una de las revelaciones

Trabajo y buen fútbol

Es de los que le gusta adaptarse a la plantilla que tiene. Su fútbol tiene mucho que ver con la materia prima que ponen a su disposición. En cualquier caso, a sus futbolistas se les reconoce por la gran solidaridad defensiva para recuperar el balón y por intentar jugarlo siempre con criterio.

Parece claro que algo diferente tiene para que el Getafe haya puesto en sus manos su segundo proyecto en Primera. En Madrid sólo echará de menos el mar, que tan cerca le gusta tener. Tendrá que hacer alguna escapadita para sacarle brillo a su carnet de patrón de yate, su otra pasión. Schuster, mientras tanto, tiene marcado el camino en su brújula. No va a parar hasta llegar a un grande del fútbol europeo.