Alexis Jones exhibe fuera de la pista la misma calma que dentro de ella. Hoy no entrena, con unas pequeñas molestias, pero se acerca a ver el entrenamiento de sus compañeras. Se sienta, bromea sobre el dominio del inglés de los españoles, no se quita la capucha y suspira. Es la primera entrevista en España de la estrella del Nissan Al-Qazeres Extremadura después de que apenas escupiese unos pocos monosílabos entre legañas en su presentación oficial.

Aquello dio que hablar e hizo temer que no se adaptaría a Cáceres, pero fue un temor infundado. Han pasado dos meses desde aquello y, con 27 puntos de media, es la gran sensación de la Liga Dia de baloncesto femenino. Su última exhibición fue clavarle 37 al Girona el pasado sábado.

Lo que muchos no saben es que su historia personal recoge un hecho dramático del que, pasado el tiempo, no le importa hablar. Hace diez años su padre, David, la trasladaba a ella y a otras tres chicas a un entrenamiento a Dallas cuando el coche que conducía patinó en la carretera y dio tres vueltas de campana. El hombre, la única persona que sufrió secuelas graves, se quedó paralizado de cintura hacia abajo de por vida.

«Es una persona muy especial para mí. Conseguimos salir vivos del accidente. Yo no recuerdo nada de aquello porque iba dormida. Ha sido duro, pero estoy muy orgullosa de que pueda verme jugar», afirma. Ahora tiene que hacerlo a través de las retransmisiones por internet de la página de la Federación Española. «Cuando aquí jugamos a las doce, allí son las cinco de la mañana. Él se despierta para seguirme. Es mi fan número uno», asegura.

Le dice, claro, que siga jugando así, que lo está haciendo bien. «Todo el mundo está contento en mi casa ahora», destaca. Y encuentra un motivo más para acordarse de su madre, que se llama Carla, igual que su compañera de equipo.

Lex está contenta ahora. O eso dice en un tono de voz suave, pero decidido, intentando vocalizar porque sabe que su acento de chica de Texas es difícil de captar. «España es muy bonita y me gusta estar aquí. Tengo buenas compañeras y es un buen club. He venido a jugar bien y es lo que estoy haciendo, creo», sostiene.

HACER ALGO GRANDE / Y es que, pese a su seguridad en la pista, jugándose muchos balones por partido, no parece que se dé mucha importancia: «No sabía muy bien qué esperar cuando vine aquí. Era mi primera vez en Europa. Lo único que quería era hacerlo lo mejor posible».

Con una exitosa carrera universitaria y un título de la WNBA a los 23 años, podría tener la tentación de mirar a los demás por encima del hombro. «Aquí el ritmo y las jugadoras son diferentes. El baloncesto allí en Estados Unidos es más físico, pero a mí me da igual. No sé qué prefiero. Al final, es un balón y un aro. Es mi trabajo», dice.

No tiene miedo de nada. Eso se vea la legua. «Se demostró en el último partido. Luchamos hasta el final contra uno de los grandes de la liga. Podemos competir contra los mejores y hacer algo grande esta temporada, pero también tenemos que seguir mejorando nuestro juego», pide.

En medio, un rápido proceso de descubrir un lugar totalmente nuevo para ella. Y no le está disgustando, sobre todo un aspecto que es el que cuenta que más le ha sorprendido: «En esta ciudad puedes ir andando a todos los sitios y eso me encanta. No tienes que estar todo el tiempo en el coche. En Estados Unidos no puedes ir a ningún sitio sin cogerlo».

¿Y la comida? Sin problema. El Al-Qazeres cuenta con El Montaíto, el restaurante de los hermanos Martínez, como un pilar fundamental para que sus jugadoras no tengan que preocuparse de ello, con menús directamente diseñados para ellas. «Es un sitio fantástico», proclama Jones.

El futuro ya llegará. Sus derechos en la WNBA los conserva Minnesota Lynx, el equipo con el que proclamó campeón hace unos meses. «Me gustaría volver a jugar allí y tener más minutos. Y después, seguir otro año en Europa», responde. Como siga así, los grandes del continente llamarán a su teléfono o al de la todopoderosa agencia Prodep.