La española Almudena Cid cerró su carrera deportiva con el octavo puesto en la final individual de gimnasia rítmica de Pekín 2008, que coronó a la rusa Evgeniya Kanaeva, que logró la medalla de oro y se erigió en la nueva reina del tapiz. La bielorrusa Inna Zhukova se convirtió en subcampeona olímpica y la ucraniana Anna Bessonova obtuvo el bronce tras superar en un particular y enconado duelo, a la rusa Olga Kapranova, favorita, fuera del podio y gran derrotada de los Juegos.

Cuatro finales olímpicas

Cid cumplió su objetivo y clausuró su etapa profesional, tres lustros después, con el diploma olímpico bajo el brazo. Con el mismo registro que en Atenas 2004. La vitoriana, que con veintiocho años fue la gimnasta más veterana de toda la competición, tanto individual como por equipos, se fue con brillo y con un listón difícil de igualar. Cuatro finales olímpicas consecutivas.

La española amarró la cinta con el pie en el último movimiento del ejercicio. Se levantó, se inclinó y besó el tapiz. No lloró, la española. Fue feliz. Había descargado toda su emoción en la previa. Cuando pensó que su nota no daba para otra final. Si dio. Volvió a decir adiós con una sonrisa. Había disfrutado Almudena Cid. Había aumentado su historia.

Cid acabó en el octavo lugar, por delante de Bulgaria e Israel. Con un total de 68.100 puntos. Era donde podía llegar la vitoriana, que sólo tuvo delante a gimnastas reputadas, respetadas por el jurado y para las que no hay fácil alcance. Osciló siempre entre el séptimo y el noveno puesto. Al final terminó en el octavo.

Kanaeva toca el cielo

La española mantenía el duelo particular con sus adversarias directas mientras las favoritas prolongaban su particular lucha por las medallas. En esto, el papel de los jueces, como siempre, fue determinante.

Kanaeva se erigió en la nueva reina. Fue ella, y no su compatriota Olga Kapranova, la que heredó el trono olímpico de Alina Kabaeva, la dominadora de los últimos años.

Nadie frenó el impulso de esta joven de dieciocho años, la nueva sensación de Rusia, que sorprendió en su irrupción en la temporada. Ha sido Pekín su consolidación. Ya muchos la consideraban como favorita por excelencia. Correcta y flexible sin caer en el contorsionismo fue firme desde el principio. Desde la fase de clasificación

En la final siempre fue en cabeza. La campeona de Europa tuvo amarrado el oro. Casi desde el principio. Fue más regular que sus adversarias. Kapranova estuvo imprecisa y con errores de bulto, especialmente con las mazas, que la tuvieron en vilo durante la competición. Y eso que los jueces fueron comprensivos con la que advertía como gran candidata al oro olímpico. No tanto con la ucraniana Anna Bessonova, que tuvo el reconocimiento del público y que obligó a una revisión del jurado, también en la tercera rotación, que fue calificada de insuficiente por los presentes.

La situación predispuso a la rusa y ucraniana a un particular duelo por lograr espacio en el podio. Las calificaciones se demoraron insospechadamente. Especialmente en el momento de la verdad. Comenzó con la discreta representación de Kapranova en las mazas. Una pérdida del equilibrio en el arranque y una falta de precisión del ejercicio de mazas la condenó. Y los jueces tuvieron que reconocerlo.

La gran beneficiada fue la bielorrusa Inna Zhukova, que en plena pelea de gallos se situó en el segundo puesto para alcanzar la plata.

El único espacio abierto en el podio acentuó el cara a cara entre Kapranova y Bessonova, que lo dieron todo en el ejercicio de cintas. Ambas bordaron la actuación. Pero salió airosa la ucraniana, campeona del mundo, que mantuvo el bronce que ya logró en Atenas 2004 mientras su gran rival se quedaba fuera de las medallas.