Toni Elías se giró, se dio la vuelta, torció el cuello y, a mitad de carrera, se dio cuenta de que lo que ocurría detrás era más importante que lo que pasaba delante. Ya no estaba Julito Simón, se había caído e iba, dicen, en el puesto 30. No se lo creyó. Pasó por su muro y, sí, le dijeron que "Simón P-30". Simón tenía que ganarle para arrebatarle el sueño de su vida. Y Elías, el muchacho más querido del paddock, la sonrisa del Mundial, hizo las últimas cinco vueltas envuelto en lágrimas. ¿Por qué?, sencillo, "porque me acordé del tiet Joan que, antes de dejarnos, me dió un papel, escrito de su puño y letra, que decía: ´allí donde esté, Toni, te veré cruzar la meta en primer lugar´. Y, claro, no pude reprimir tanta felicidad".

Y es que, olvidense, este es el título más familiar de la historia del motociclismo. Tras la bandera a cuadros estaba Toni Elías, el papá del campeón, ganador de un montón de títulos españoles de motocross ("¡ya ves lo que vale eso al lado de este título mundial!"); más allá, escondida tras un árbol, se pasó la carrera tocando madera Mei, la mamá del campeón, acariciando la medalla de la Moreneta y dos estampitas, una de la Virgen del Carmen y otra de San Antonio y, en el fondo del box, como no, su hija Laura, la hermana del ganador. "Anda que no fardo yo de hermano, pero del hermano bueno, no del campeón", decía la muchacha.

Todo el mundo lo quiere

Y es que, si algo tiene Elías, es que, como dice su padre, "es un auténtico buenazo, hasta demasiado". "Piensa", dice Mei, que se apellida Justicia, como no, la que merecía su hijo, la que se cumplió, al fin, "que de niño jamás se peleó con nadie en la escuela. ´Ese hijo tuyo es demasiado bueno, Mei´, me decían los maestros. Y yo, si de algo estoy orgullosa, no es de las victorias ni siquiera de este título, sino de que todo el mundo lo quiere".