Se acerca una Semana Santa diferente, donde los únicos pasos serán los que demos dentro de nuestras casas. ¿Os podéis hacer una idea de lo que supondrá no poder sacar los pasos a la calle para las cofradías? Es una semana súper especial, llena de emociones, donde predomina sobre todo la pasión. He de reconocer que no soy tan «capillita-capillita» como Guillermo Corrales, pero sí que es algo que me gusta bastante.

Ha habido varios años en los que disfruté de la Semana Santa de una manera diferente. Nada de procesiones ni pasos. Bueno, pasos, dobles, faltas y canastas sí, muchas canastas… eso nunca ha faltado en mi vida. Cuando era más pequeño me pasaba esos días jugando los campeonatos de España minibasket, infantil y cadete.

Yo era un niño de Almería que jugaba en ADABA y entrenaba en una pista al aire libre en el colegio Adela Díaz. En el 2001 jugué el campeonato de Andalucía con la selección provincial de minibasket en Armilla (Granada). Medía 1,71, jugaba de pívot y llegaba a hacer mates, aunque también subía el balón y era un poco el chico para todo. Reconozco que me sentía Pau Gasol.

Los entrenadores de la selección andaluza, Aníbal Méndez y Luis Pintor, estaban por allí y algo debieron ver en mí para preseleccionarme. Comenzaban las concentraciones, donde éramos creo que 20 jugadores en las primeras y poco a poco iban descartando. Contra todo pronóstico, yo seguía pasando cortes. Había chicos de las canteras de Caja San Fernando (ahora Betis), Unicaja, CB Granada… y yo, de ADABA, aunque he de decir que casi siempre se colaba uno de Almería por selección.

No me acuerdo exactamente cuántas concentraciones hubo antes del campeonato, pero sí que, con las prisas, la emoción y los nervios, me olvidé las zapatillas en casa en una de ellas. Mis padres fueron a recogerme un poco antes al colegio, íbamos con el tiempo justo y llegamos a la estación corriendo. Me subí al tren prácticamente en marcha, pero llegué. Hasta ahí todo «tranquilo», Me senté en mi asiento y ya me relajé porque me había dado tiempo a llegar, ¡pfff, que alivio!

Cuando llegué a Linares me recogieron los entrenadores. Una vez en el vestuario empecé a cambiarme y ¡plof!, no están las zapatillas. ¿Y ahora qué hago? Llamé a mis padres llorando como una magdalena. Ellos no lo pensaron ni medio segundo: cogieron el coche y se pegaron los 269 kilómetros que hay desde Almería.

No me quiero ni imaginar el viaje que tuvieron pensando que si no podría entrenar, que ya verás tú si lo descartan por esto… Cuando llegaron me vieron entrenando tan feliz y tranquilo, como si nada… y es que alguno de los compañeros (no me acuerdo muy bien quién) se había traído varias zapatillas y me dejó unas. Menos mal que casualmente tenía mi número de pie.

Al final entré entre los doce y pude disfrutar de ese maravilloso campeonato en Blanes, donde además tuvimos la fortuna de proclamarnos campeones de España. Me rompí el dedo gordo del pie izquierdo intentando salvar un balón y me estampé contra una valla metálica de publicidad. Entre la adrenalina y la ganas de jugar, «solo» me perdí el siguiente partido del grupo, que era contra Cataluña. Lo perdimos y quedamos segundos de grupo. En ‘semis’ nos tocó Baleares y les ganamos bien. La final la ganamos a Madrid, la favorita.

Recuerdo la ilusión y la sensación de estar disfrutando todo de una manera increíble: las nuevas amistades, estar alojados en el hotel con el resto de selecciones, aprender a chapurrear un poco de vasco, de catalán... Éramos niños y ahí no entendíamos de otra cosa que no fuera convivir, compartir y descubrir, algo que hoy en día echamos de menos en nuestra sociedad, creo que marcada por las diferencias más que por las avenencias.

En mi humilde opinión, me gustaría hacer una pequeña crítica a nuestra sociedad (abriendo el paraguas en 3, 2, 1…). Me da mucha rabia cuando nos ponemos a criticarnos unos a otros por ser del norte o del sur, del este o el oeste. ¿Qué más da? Todos somos España, la suma de todos y cada uno de nosotros es lo que forma un gran país, con una riqueza cultural impresionante, tercer país del mundo con más bienes declarados Patrimonio Mundial por la Unesco, una gastronomía impresionante (me atrevería a decir que la mejor del mundo)… y por supuesto lo ‘salaos’ que somos.

Por favor, aunque sea debido a las circunstancias que estamos atravesando, vamos a intentar hacer un ejercicio de acercamiento y tratar de estar más unidos que nunca (físicamente no, claro, sabéis que dos metros de distancia).

Acabo de darme cuenta que estoy hablando como un padre, contando mis batallitas y han pasado 19 años de aquello…

Qué rápido pasa el tiempo y que lento está pasando ahora que #YoMeQuedoEnCasa.