Un día en la salida de una carrera en los Estados Unidos, George Hincapie se acercó a un muchacho dos años mayor que él. Le tendió la mano y se presentaron. "Oye --le dijo Hincapie--, ¿qué táctica empleas tú?". El chico rubio, que atendía a su pregunta, tenía 16 años, pero ya empezaba a ser famoso entre los corredores de su generación. "Pues yo salgo, ataco y gano". Así de claro respondió Lance Armstrong al adolescente de 14 años, más alto, vecino de Nueva York e hijo de un emigrante colombiano, con el que enseguida simpatizó. Se hicieron amigos y cuando ese chico rubio empezó a ganar carreras y a convencerse de que podía ser el número uno, tras superar un cáncer múltiple, siempre lo quiso tener a su lado. Ayer, con el Tour controlado y en el bolsillo, el jefe, el Boss, permitió a su mejor gregario, a su gran lugarteniente, él unico que le acompaña desde 1999, que se escapase en la etapa reina y se impusiese en la llegada final de Saint-Lary para desgracia de Oscar Pereiro, que fue segundo.

Hace un mes, Hincapie recibió la llamada de Armstrong en su teléfono móvil. Se encontraba en su casa de Girona, desde cuya terraza se puede contemplar toda la belleza de la ciudad catalana. Cogió el coche y se acercó a los Pirineos. Fue el día en que se cruzaron, casualmente, con Jan Ullrich, quien también entrenaba la misma etapa, en compañía de Oscar Sevilla, el mismo que ayer, cuando su jefe entró en crisis en el último puerto, le salvó de que se olvidase de seguir peleando por la tercera plaza del podio, ante la resistencia de Mikael Rasmussen y el coraje del siempre grande Paco Mancebo.

ENTRENAR EN GIRONA Hace unos años, Armstrong, que tenía casa en Niza, le preguntó a Hincapie qué tal se vivía en Girona. Y ambos se pasaron varios inviernos entrenando juntos por las carreteras catalanas. Hace dos Tours, Armstrong se percató de que Hincapie se fijaba demasiado en la escena diaria de subir al podio a recoger el maillot amarillo. Así que no le importó que su gran lugarteniente empezase a simpatizar con la azafata de la carrera que cada día lo besaba y lo ayudaba a abrocharse la preciada prenda. Melanie, una altísima chica rubia de Dijon, es hoy la esposa de Hincapie.

Hasta ayer, el ciclista de Nueva York, amante de Girona y sus calles antiguas, siempre había tenido que estar al lado de Armstrong. La consigna era trabajar, sobre todo en el llano.

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