Es imposible no emocionarse cuando le dices adiós a un compañero que ha viajado contigo desde la niñez. La sensación es que una parte de ti se ve arrancada, una parte de ti se queda en la percha en la que cuelgas las botas.

Corría el año 1989 cuando, en el patio del colegio María Auxiliadora de Cáceres, un niño de 10 años, alto, delgado y de largas piernas, al que los compañeros llamaban cigüeño , jugaba al fútbol en el recreo sin mucho éxito, ya que el balón se le enredaba entre sus largas piernas. Tenía casi asumido que el deporte no iba a ser lo suyo, pero ese día apareció en el recreo un monitor con una pelota grande, naranja, que botaba mucho y que no se tocaba con los pies, sino que se cogía con las manos para meterla en una canasta que estaba allí arriba. Pues ese niño era yo y ese momento fue como ver la luz. Cuando cogí el balón entre mis manos, lo levanté por encima de la cabeza y observé a todos mis compañeros saltando a mi alrededor, impotentes, sin llegar siquiera a tocar el balón que yo sostenía, descubrí cual era mi deporte, yo era 'jugador de baloncesto'.

Ese año hicimos un equipo de minibasket en el colegio y, aunque en los primeros partidos nos cayeron unas palizas considerables, pronto comencé a disfrutar junto con mis compañeros de un deporte apasionante y que, por alguna razón, siempre se me dio especialmente bien.

Con 14 años hice las pruebas de acceso al Cáceres Club Baloncesto, que recientemente había ascendido a la liga ACB y contaba con un elenco de excelentes entrenadores para la cantera. Fui uno de los doce seleccionados de la provincia de Cáceres para el equipo cadete, y a partir de ahí todo fue un trabajo constante de entrenamientos y partidos que había que compatibilizar con los estudios. Esa rutina, poco a poco, va formando parte de ti y te acostumbras a vivir con el baloncesto como compañero de viaje. Cuando acababan las clases, dejabas la mochila con los libros y cogías el balón. Un día tras otro, y otro más.

Asistía cada sábado, como recogepelotas, a los partidos del equipo de ACB, admirando el talento de los muchos jugadores que pasaron por el Cáceres CB en la década de los 90. Mientras recogía los balones y veía los partidos desde detrás de la canasta, me prometí a mí mismo que algún día yo tenía que pisar esa pista y vivir el partido desde dentro. Lo que tenía muy claro es que, para conseguirlo, solo me quedaba trabajar duro. El trabajo fue dando sus frutos y con 17 años, siendo juvenil de la cantera, el entrenador del primer equipo, Manolo Flores , me llamó para entrenar con el equipo de ACB. Fue increíble pasar de recoger balones en la pista a unos jugadores por los que sentía tanta admiración, a compartir vestuario con ellos.

Del año 1996 tengo, imborrable, el recuerdo de quedarme después de los entrenamientos a practicar mates con Stanley Jackson , que ese año acabaría ganando el concurso de mates del All Star , que se celebró, precisamente, en Cáceres.

Esos fueron momentos dulces de mi trayectoria, pero en el deporte a veces se pasa del cielo al infierno y, al año siguiente, tuve una grave lesión. Me rompí el peroné de la pierna derecha y los ligamentos del tobillo jugando un partido con el equipo de Moraleja. Tuvieron que llevarme en ambulancia hasta el hospital donde me operaron de urgencia. Me cosieron los ligamentos del tobillo y me colocaron una placa con seis tornillos en el peroné. Fue un momento muy duro, la desolación no dejaba ver nada en el horizonte y los objetivos se difuminaban.

Por aquel entonces me conformaba con poder volver a andar con normalidad. Tuve una rehabilitación larga y tediosa. Poco a poco, pude volver a correr, después a saltar y, pasados seis meses, conseguí volver a jugar a baloncesto. Aunque tras una lesión tu carrera se ve truncada, el sacrificio del día a día y la fuerza que pones para levantarte y volver a pelear por tus sueños, hacen que salgas reforzado de la situación y te ayuda a crecer por dentro. El año siguiente a la lesión jugué en el equipo de Liga EBA del Cáceres CB y en la temporada 1999-2000, Luis Casimiro , entrenador del equipo de ACB, me llamó para entrenar con el primer equipo del club. En esa época ya se hacía más difícil compatibilizar la carrera universitaria que cursaba, Ciencias Empresariales, con los entrenamientos en las distintas categorías.

Tras pasar un tiempo entrenando con el primer equipo, con 20 años debuté en ACB ante el Forum Valladolid, sustituyendo al histórico base Pepe Arcega . Por fin pude pisar la pista y cumplir la promesa que me había hecho años antes. A pesar de los nervios, en ese partido pude anotar una canasta ante más de 6.000 espectadores, entre los que se encontraban varios miembros de mi familia que pudieron compartir conmigo un momento tan especial. La ovación fue muy reconfortante porque conseguí vivir, en primera persona, aquello que tantas veces siendo niño había vivido, con una gorra verdinegra en la cabeza y una bufanda del Cáceres CB al cuello, de la mano de mis padres y mis tíos en las gradas del pabellón. Al terminar el partido, pese a la alegría del momento, era muy consciente del esfuerzo y del sacrificio que había supuesto llegar hasta aquí y, sobre todo, del trabajo que había por delante para seguir jugando a ese nivel.

Durante esa temporada fui convocado con el primer equipo a varios partidos más y, como un guiño del destino, cerré la temporada jugando unos minutos del último partido de liga contra el Breogán de Lugo. Tras esa temporada, y por aquello de que nadie es profeta en su tierra, hice las maletas para recalar en Galicia.

En esa etapa ya tenía representante y ganaba con el baloncesto lo suficiente para poder vivir fuera de casa. Jugué en Marín y luego en Chantada, donde alternaba entrenamientos con el Breogán de ACB que entrenaba Paco García . En Lugo me reencontré con algunos de esos jugadores a los que me había enfrentado con el Cáceres CB Jugué también en Pontevedray volví a Chantada, pero ante la espera de una oportunidad que se presentaba incierta, decidí centrarme en terminar mi carrera de Ciencias Empresariales que, aunque la empecé en Cáceres, la terminé en Lugo.

Los últimos años de baloncesto los viví en A Mariña Lucense, donde pude jugar en Foz, Xove y Viveiro, aunque ya pensando más en ganarme la vida con mi trabajo de contable que con el baloncesto. Además, a lo largo de toda mi carrera, como soy sordo de un oído desde niño, también he podido ser campeón de España de baloncesto para sordos en tres ocasiones y he tenido la suerte y el orgullo de vestir la camiseta de la selección española de baloncesto para sordos en tres campeonatos europeos, consiguiendo en Bamberg (Alemania) un quinto puesto que sirvió a España para acudir a las Olimpiadas de Japón.

Tras una carrera de más de 25 años practicando mi deporte, llega la hora de la despedida. Quiero acordarme de muchos momentos y muchas personas, de mi madre acompañándome en noches de hospital donde, por culpa de las lesiones, te ves obligado a luchar y renacer para seguir jugando, de mi padre, cámara en mano, siguiéndome por los pueblos de Extremadura y Andalucía, de mi hermano, con el que tuve el privilegio de compartir pista y vestuario además de infancia y, finalmente, de mi mujer que siempre me ha apoyado y me ha dado alas para que pudiera seguir disfrutando de este viaje, también a su lado.

Esta última temporada he sido el jugador más veterano del Club Baloncesto Viveiro con 37 años y mi hijo, que acaba de empezar, el más joven con 6. No me disgusta la idea de dejar el testigo pero, lo que realmente deseo, tanto para mi hijo Daniel como para mi hija Clara , es que también puedan ver su luz y que hagan, siempre, aquello que les guste y les llene, porque en la vida solo funcionan las cosas en las que pones tu alma en ellas.

Tengo un agradecimiento especial, para todos los entrenadores que han pasado por mi vida, me llevo algo de cada uno de ellos. Igualmente, me llevo entrañables recuerdos y anécdotas de todos los jugadores con los que he compartido vestuario y tengo la suerte de que, a la gran mayoría, los cuento como amigos actualmente.

Le he dado mucho al baloncesto, horas, dedicación, sacrificios, pero creo que yo he recibido mucho más, sentirme jugador de baloncesto. No hay nada en el mundo comparable a la sensación que se experimenta cuando estás botando el balón, en el centro de la pista, en la recta final de un partido, miras al marcador cuando vas perdiendo por dos puntos y quedan 10 segundos para el final, dejas que el tiempo se escurra entre tu bote y el defensa que tienes enfrente, esperas el momento justo para arrancar hacia el aro con un cambio de ritmo, cuando el defensa consigue reaccionar haces una parada en dos tiempos y un cambio de dirección que te lleva la línea de 3 puntos, ya solo quedan 5 segundos, te levantas para hacer un tiro que has repetido miles de veces, que te sale se forma automática, pero que está vez es para ganar el partido, entonces el balón sale de tu mano acariciado por las llamas de tus dedos, vuela hacia el aro y con él toda la magia del baloncesto, las respiración de los jugadores y del público queda contenida unos segundos con los ojos fijos en ese balón, solo queda la emoción de verlo volar y 3, 2, 1... Buah!!!

Cómo voy a echarte de menos, compañero. Pero hemos llegado a mi parada, es hora de dedicar más tiempo a la familia, pasar los fines de semana con mis hijos, verlos crecer y, por qué no, afrontar nuevos retos en la vida. No obstante, mientras pueda, seguiré ayudando al deporte de base para que muchos niños y niñas puedan descubrir, con un balón entre las manos, que ellos también son jugadores y jugadoras de baloncesto.

Yo aquí me bajo, compañero, gracias por el viaje, nunca te olvidaré.