Hace 10 años, Javier Bosma decidió dejar de jugar a voleibol bajo techo para hacerlo sólo al aire libre, en la playa, como uno de los pioneros de una especialidad que era ya una fiebre en las costas californianas y brasileñas, el voley playa. No imaginaba entonces, con 24 años, que un día llegaría a una final olímpica en un rincón de Atenas, próximo al mar, y que recuerda más a una delirante fiesta playera que a un torneo olímpico, por el espectáculo y colorido que se vive en cada partido de los Juegos.

Ayer, Bosma, un catalán de Roses afincado en Tenerife, hizo historia junto a un joven castellonense, Pablo Herrera, de 22 años, también afincado en la isla tinerfeña. Mañana pelearán por el oro con los brasileños Emanuel y Ricardo, las estrellas del circuito internacional.

Bosma y Herrera superaron por un doble 21-18 a los australianos Prosser y Williams y el Viva España de Manolo Escobar rugió por la megafonía para gozo de 8.000 espectadores que se lo pasaban en grande. Bosma lo había conseguido. Llegaba al podio en su tercera participación olímpica. En las dos anteriores, el diploma del quinto puesto, con Sixto Jiménez en Atlanta, y con Fabio Díez en Sydney, había sido un bloqueo insuperable. "Para mí, es la plenitud total. Ya no puedo pedir nada más. Lo que me queda ahora es disfrutar", dijo el veterano deportista, que compaginó entre 1991 y 1994 las dos especialidades. Junto a otros pioneros como Sixto Jiménez y Javier Yuste probó la arena como campo de actuación.