Solo en la temporada 2009-10, la segunda de Pep Guardiola, el Barça había cuajado un mejor inicio que el de Gerardo Martino: un empate en 11 partidos, uno menos que ahora. El triunfo de Glasgow certificó la solidez del equipo al ganar un partido que el año pasado perdió. Utilizando el mismo procedimiento --el control del juego para combatir el físico de los escoceses--, con los matices del entrenador --mayor rapidez para aprovechar cualquier ventaja--, y manteniendo los estándares de calidad, Martino ha alumbrado el Barça más fiable.

Seis goles encajados en once partidos acreditan un buen rendimiento defensivo. Y si se observa que cuatro de esos goles se recibieron en dos partidos (Valencia y Sevilla), y los otros dos tantos se reparten en nueve partidos, se deduce que el Barça apenas sufrió un breve episodio de enajenación y que la seguridad defensiva es una de las virtudes del equipo. En el mismo periodo del año anterior, con Tito Vilanova, había encajado 13 goles, con tres partidos frente al Madrid (dos de Supercopa y uno de Liga) y seis tantos endosados por los blancos.

La eficacia de Valdés

La sensación de seguridad, al final, la acaba transmitiendo el portero. Por mucho que el equipo reduzca al máximo las ocasiones del rival, las miradas convergen hacia el individuo que está bajo los palos. Y ahí, como siempre, está la calva de Víctor Valdés. Otro gallo le habría cantado al Barça en Glasgow si el meta no despeja el disparo de Forrest antes de que Cesc anotara el gol de la victoria: el dispositivo defensivo del Celtic habría sido antológico.

La aportación de Neymar

Un ayudante para Messi. El futbolista con mayor proyección de futuro. Un delantero vertical y desbordante. Todas esas características reunía Neymar para abordar su fichaje (57 millones) y todas esas características ha enseñado hasta ahora. La progresión que ha experimentado en el juego quedó rubricada en Glasgow. Sin Messi, él era el referente. Debía ser el líder. Y lo fue con un ejercicio de madurez inesperado. Forzó la expulsión de Brown --"cometí un error, es algo que sucede cuando estás en caliente pero no debí haber actuado de aquella manera", reconoció ayer el capitán del Celtic-- y a partir de entonces, bajo la monumental pitada cada vez que tocaba el balón, los quiso todos.

Estaba feliz Martino en Glasgow porque el Barça, quizá por primera vez, había "mezclado" su fútbol, como él quería. Jugando al toque, aguantando la posesión y fusionándolo, de manera inesperada para el Celtic, con un fútbol más largo. O sea, el juego corto y paciente que ha caracterizado al Barça en el último lustro cimentado en el control.