Tercer oro olímpico en los 100 metros y séptimo en la cuenta personal de Usain Bolt tras otra de sus mágicas y divertidas 'reggae-night', para deleite de los 65.000 espectadores que tuvieron el privilegio de gozarle desde las gradas del Engenhao.

Sin duda, Bolt amplió el pasado domingo su inigualable archivo de maravillosos y extraordinarios recuerdos. No pierde una carrera desde que en el 2008 se dejara sorprender por Yohan Blake en Kingston. Aquello fue una anécdota, seguramente un despiste que le humanizó. Como la salida nula que le descalificó en los 100 metros del Mundial de Daegu-2011.

Tanta superioridad debe resultar abrumadora e incluso a veces humillante para sus rivales, aunque obviamente ese no sea su propósito. El Relámpago da la impresión de que gana todas sus carreras antes de salir a pista.

AGACHAR LA CABEZA La televisión olímpica ofreció algunas secuencias del calentamiento previo a la final de 100 metros, en las que el despreocupado y sonriente Usain charlaba animadamente con su compañero de equipo Yohan Blake, el único atleta que atesora la experiencia de haber ganado al más grande entre los grandes y, en consecuencia, de poder mirarle a los ojos sin complejos.

Bolt se cruzaba con alguno de sus rivales, siempre concentrados y normalmente serios, y estos, inevitable o instintivamente, bajaban la cabeza o desviaban la mirada, como en uno de esos documentales de gorilas en la niebla, en los que el macho alfa de espalda plateada impone su dominio solo con su presencia, sin necesidad de golpearse el pecho.

Gatlin estuvo sobrio e incluso elegante en su papel de involuntario villano cuando fue abucheado antes de la salida. Aguantó con estoicismo el recibimiento futbolero que le dedicó el público del Engenhao cada vez que se escuchaba su nombre por megafonía. Tras la llegada, cuando Bolt le remató en la pista por enésima vez, se mostró incluso generoso. "Nunca esperé ganar. Bolt busca otra cosa".

No le falta razón al estadounidense. El jamaicano ya es el único velocista en la historia con tres oros en los 100 metros y lleva camino de sumar el triple triple si gana el 200 y la jam-session del relevo corto con Jamaica. Sumaría nueve oros olímpicos, con los que igualaría el récord de Carl Lewis.

En rueda de prensa se le preguntó que si antes se consideraba una leyenda, que dirá cuando siga sumando títulos en los próximos días. "Alguien ha dicho que pasaré a ser inmortal. Pues eso, inmortal".

Lo que de momento parece claro es que de su lesión de hace poco más de un mes, afortunadamente, no queda rastro. El astro jamaicano ganó con 9.81, una marca relativamente discreta para él, aunque sea su mejor registro de la temporada. Los escasos 80 minutos de separación entre semifinal y final hicieron mella en el rendimiento de todos los finalistas, no solo en el del campeón.

Pero también es posible que el plusmarquista mundial de 100, 200 y 4x100 esté guardando pólvora para el doble hectómetro, quizás para intentar superar sus estratosféricos 19.19 segundos en una pista muy rápida. Tan rápida como evidencian los topes mundiales logrados por la etíope Almaz Ayana en 5.000 metros y el surafricano Wayde Van Niekerk en 400.

Contará para ello con el favor del público brasileño. Si Gatlin interpreta al malo, Bolt hace de bueno. Y lo agradeció. "Del público recibo la energía para seguir compitiendo. Los más jóvenes deben comprender que todo parte de aquí, que los espectadores forman parte de la competición y que es preciso hacerles participar de ella. Lo que he visto y he sentido en Río desde mi llegada hasta hoy lo guardaré siempre entre mis mejores recuerdos".

LESION DE ESPALDA ¿Cuánto le durará la gracia al inmortal Bolt? Este ya le ha puesto fecha de caducidad a la magia que despliega en la pista. Asegura que estos serán sus últimos Juegos. Cumplirá los 30 años el próximo domingo, el día en el que se clausuran los de Río. Para cuando se celebren los de Tokio en el 2020 será tan mayor como Justin Gatlin ahora.

La lesión crónica de espalda del jamaicano debe martirizarle en su día a día, aunque la impresión que da es la de un atleta fresco, con mucho recorrido y mucho tirón todavía. El atletismo, su país y su entorno, amén de sus patrocinadores, deben estar rezando para que el inmortal no vuelva a ser tan solo una leyenda.