La Bombonera de Plasencia siempre fue un recinto mágico, que comenzaba a rugir desde antes del salto inicial, que intimidaba, que animaba, que bailaba y era capaz de ganar por si sola. Pero ahora está triste y ojerosa, primero porque no es capaz de acoger bajo su manto ni a un millar de personas y eso que la marcha del equipo es magnífica. La negativa de jugar los viernes por defender una tradición del siglo pasado nos deja al margen del resto de la competición y posiblemente reste público, lo que sí resta es espacio en los medios, protagonismo en la red y consecuentemente menos publicidad para la ciudad.

Y precisamente es la publicidad en tiempos de crisis más necesaria que nunca para el devenir del club y es por ello que la Bombonera utiliza ahora los tiempos muertos para lanzar estos mensajes a los aficionados. Momentos en los que otrora sonaban sinfonías estruendosas que encendían a la afición, que empujaban a la victoria, que atenazaban a los árbitros y servían de empuje y motivación al equipo.

Causaba extrañeza ver en partido del pasado sábado cómo ´Monfragüín´ la mascota, tenía que hacer encaje de bolillos para bailar al ritmo de "Chorizos Ramón... qué buenos son!" o seguía los pasos del "Con sostenes Ginés... qué bien te ves". Mientras la afición, en vez de animar, cae en un sopor del que sólo salió por la incertidumbre del resultado y porque en los momentos finales alguien decidió volver a hacer sonar la música. ¿Merece la pena ganar cuatro duros más a costa de perder todo el encanto de la Bombonera ? Plasencia siempre se ha considerado una cancha rocosa, dura, casi inexpugnable y eso ya hacía que tuvieras ganado el primer cuarto. Ahora los propios rivales comentan el "¡Esto ya no es lo que era!", que se transmite, que se palpa y cuando empiecen a perder ese respeto que siempre tuvo "el infierno verde de la Bombonera", todo será mucho más difícil... Al tiempo.