Haimar Zubeldia apretó los frenos de ambas ruedas. La bicicleta derrapaba, mientras, poco a poco, se iba acercando al montón de ciclistas caídos en el suelo. Unos encima de otros. Por escasos centímetros, por suerte, los frenos le obedecieron, justo allí donde el triángulo rojo que cuelga de un arco publicitario indica a los corredores que sólo falta un kilómetro para la meta.

Todo ocurrió muy rápido, mientras un pelotón sin alma, lanzado, alocado y agresivo capturaba a Joan Antoni Flecha, el único corredor catalán que participa en el Tour 2004, tras una fuga de 175 kilómetros. Todos al suelo, igual 20 o 30. Y los que no caían ponían pie a tierra, o se golpeaban el codo contra las vallas; muy cerca, peligrosas.

No hubo equipo que se librara del caos. Sólo pasaron los velocistas, una quincena de corredores, sin Alessandro Petacchi, desconocido, y sin Mario Cipollini, que vino de vacaciones, y que ya se encuentra en casa. Ganó Tom Boonen, el mejor esprinter belga. Pero su victoria era tema secundario. Sólo se estaba pendiente de contar a los accidentados, de ver quiénes llegaban, cómo llegaban, con qué cara, con qué ojos, con qué rabia, con qué heridas. Nadie se libró ayer de las caídas.

EL TROMPAZO DEL TEJANO Ni siquiera Lance Armstrong, quien parecía que disponía de una bendición divina que le libraba de todo mal mientras fuera en carrera. También él se fue al suelo en otro enganchón colectivo, a 19 kilómetros de la salida. Y se dio un buen trompazo en la cadera. "Se engancharon tres corredores delante de mí. No los pude evitar y me caí encima de dos de ellos", explicó. De los riesgos que se asumían por detrás, apenas se enteró Flecha.

"Me han dado libertad. Voy a escaparme", adelantó, sonriente, por la mañana, sentado en la mesa del desayuno. Ya no tenía que cuidar a Petacchi. Se fue con otros cinco. En poca compañía se va más seguro. Y más si llueve o hace viento. Parece que el verano no exista. A seis kilómetros, cuando la escapada parecía liquidada, Flecha quiso dar un toque personal de emoción al día. Anduvo como siempre va él, extendiendo los brazos al máximo sobre el manillar y agachando la cabeza sin mirar para atrás. Pero el pelotón no perdonó. "De nada sirve escaparte, si luego te cogen en el último kilómetro", dijo Flecha. Y tenía razón.

Alguien había puesto las vallas más estrechas de lo habitual por las calles de Angers. Allí no cabían todos. 179 tipos, corriendo a ciegas, rozando las ruedas, a 50 kilómetros por hora. El arco fue como un embudo: bicis y cuerpos por todos lados. "Tuve que parar en seco. Galdeano se llevó un buen golpe. De mi equipo han caído cinco. Yo me he librado", indicó Roberto Heras.

EL CODO DE MAYO Armstrong pasó junto a George Hincapie, su ángel de la guarda. "¡Qué golpe más tonto! Pero cómo duele!", se quejó Iban Mayo. El vasco se fue contra las vallas para evitar la caída. El peor parado, sin embargo, fue el austriaco Rene Haselbacher, que fue conducido a un hospital. Se fracturó tres costillas, la nariz y sufrió contusiones por todo el cuerpo. Hamilton también padeció un duro golpe.

Que se acabe ya el llano. Por favor. De lo contrario llegarán todos muy maltrechos a la montaña. Hoy, más de lo mismo. Más nervios, más tensión... "Cuantas ganas tengo de que empecemos a subir", suplicó Heras, feliz, al menos, por ser un afortunado en la macabra lotería de las caídas colectivas.