El fútbol suele dirigir sus focos hacia las grandes figuras capaces de levantar esa pasión incontrolable que puede llegar a envolver una ciudad, un país o a millones de personas. Sin embargo, el ADN de este deporte también cuenta con personajes alejados del divismo. Esa es la pasta de la que está hecho Vicente del Bosque (Salamanca, 23-12-1950). El técnico que ha llevado a España a lograr el Mundial apenas ha tenido otra escuela que la de la vida, en la que su hijo Alvaro, con síndrome de Down, ha sido su principal maestro.

"La bondad en persona. El hombre correcto". Así definió Pepe Reina, portero de la selección española, a Del Bosque. El portero del Liverpool no jugó un solo minuto en Suráfrica, pero la capacidad del seleccionador para gestionar el ego de 23 jugadores se ha basado en la sencillez del mensaje, en el máximo respeto a cada futbolista y en su trato bondadoso con cada uno de ellos.

Esa inteligencia emocional no es nueva en Del Bosque. Nace de su serenidad, de un control extremo, que le lleva incluso a no celebrar el gol con una explosión de júbilo, aunque suponga un título, como el de Iniesta. En una ocasión, Anelka, delantero francés que estaba a sus órdenes en el Madrid, le llevó unos vídeos para demostrarle que no celebraba sus goles. "Tampoco celebro los de Roberto Carlos o los de Raúl", contestó el técnico.

EL ABRAZO DE RONALDO Los jugadores saben devolverle la confianza y el apoyo. En una ocasión, Ronaldo, el brasileño, marcó un gol en el Bernabéu y se fue directo al banquillo a abrazar a Del Bosque, que acababa de perder a su padre. Esos principios, muy presentes en la pizarra del técnico, los comenzó a gestar desde sus orígenes.

La verdadera universidad de Del Bosque ha sido su relación con su hijo Alvaro, la bendición de la casa, el espejo en el que se mira el técnico para sumar dos corazones limpios y cargados de bondad. Cuando Alvaro nació con un cromosoma 21 en lugar de dos, Trini y Vicente no paraban de llorar. Era el segundo hijo de un matrimonio que mantiene su unidad inquebrantable después de 30 años. Vicente, el primogénito, de 23 años, y Gema, de 17, completan la familia. "Luego nos dimos cuenta de lo tontos que fuimos porque Alvaro es un regalo del cielo. Lo llevo siempre en mi corazón", dice Vicente. Alvaro tiene 21 años y juega a fútbol los fines de semana. Eso le convierte en el primer crítico de su padre.