No fue, desde luego, una presentación al uso. Pero Dreke Bouldin empieza rompiendo moldes en el Cáceres Patrimonio de la Humanidad. Sus primeras palabras como jugador del club las pronunció en el vivero donde crecen sus promesas, el Colegio San Antonio de Padua. Y no solamente respondió a los periodistas. También los numerosos niños que asistieron al acto y a los que encandiló con una indiscutible simpatía salpicada por un español básico, pero pleno de voluntad.

Nadie sabe si Bouldin se prodigará en canastas. Lo que sí derrocha son sonrisas. No dijo nada de particular (ese gran tópico: "he venido aquí a ayudar al equipo en lo que me pidan"), pero su actitud resultó muy esperanzadora. Estaba en su país intentando mantenerse en forma, aceptando pequeños trabajos, y ahora llega a Cáceres con la sensación de que es una gran oportunidad para reengancharse a un baloncesto europeo que conoce a la perfección.

Si fuera por él, no habría debate respecto a su posición en la cancha, si alero o pívot. "Yo, lo que diga mi jefe --señalando a Gustavo Aranzana--. Puedo jugar de '1', '2', '3', '4'... lo que sea", chapurreó. Respecto a los minutos en pista de los que dispondrá el viernes en su debut ante el Lleida también se remitió al entrenador. "Yo estoy bien. Es mi trabajo", indicó.

Pero el auténtico espectáculo llegó cuando se abrió el turno para que los jóvenes alumnos presentes en el salón de actos también pudiesen preguntarle. "¿Te gusta Cáceres?", le dijeron. "Sí, sí", respondió sin dudar. "¿Cuánto mides?". "2,02". Y... "¿has ganado algún título?". Fue entonces cuando recordó su ascenso con el Avila a LEB Plata y su nombramiento como jugador más valioso de la categoría. Quizás en Cáceres no llegue a tanto, pero puntos de humanidad fuera de la pista ya ha anotado.