Nunca se sabrá la razón verdadera. Puede pasarse la semana entera, casi el Tour entero lloviendo, pero cuando el jersey amarillo --y eso que esta vez hasta tenían preparado un toldo-- se dispone a subir al más maravilloso podio del firmamento ciclista, las nubes de París desaparecen y el sol refleja con más fuerza si cabe los destellos del más codiciado de los maillots. Será porque el Tour es algo especial, algo que se espera durante todo un año y que luego pasa rápido, a veces demasiado.

En los Campos Elíseos, el escenario que sustituyó al Parque de los Príncipes el año en que un francés, Bernard Thévenet, se atrevió a doblegar a Eddy Merckx (1975) en un desconocido monte alpino llamado Pra Loup, se habían visto con el jersey amarillo a corredores de variadas nacionalidades (11), pero nunca a un australiano. Cadel Evans inmortalizó ayer un podio histórico, porque tampoco nunca dos hermanos; en este caso, Andy y Frank Schleck, dos miembros de una misma familia, habían compartido el cajón de la fama de la grande boucle .

El Tour del 2011, la ronda francesa de la lluvia, el frío y las caídas, pasará a la historia porque pudo ser y no fue el de la cuarta victoria de Alberto Contador. Quedarán en el recuerdo dos ataques; uno con éxito, el de Andy Schleck en el Izoard, la cumbre de Fausto Coppi y sobre todo de Louison Bobet ("en el Izoard los grandes héroes llegan solos"). Y el otro con la esperanza de que el año que viene, si todo va como él espera, llegará a buen puerto de montaña: el de Contador en el Télégraphe.

El 2011 será recordado como el Tour en el que el ciclismo francés dejó de quejarse por correr en otra velocidad. Thomas Voeckler, y todo su equipo, el Europcar, corrió muy rápido, tanto que hasta hizo soñar al público francés (que se volcó como nunca e hizo batir récords de audiencia en televisión con valores por encima del 60% de la audiencia total los días de montaña) con que podía ganar el Tour. Y su compañero Pierre Rolland (el mismo que robó la cartera a Samu Sánchez y Contador en Alpe d´Huez) se ganó ayer una ovación de ganador final, al recoger en los Campos Elíseos el jersey de mejor joven.

DEDICATORIA EN FRANCES Pero fue Evans y no los hermanos Schleck, ni el ciclista al que la pareja vigiló en exceso (Contador), descuidando al contrincante más en forma, quien recogió el maillot definitivo. El mismo Evans que contentó al público de París. Hacía más de 20 años que un ganador del Tour no cogía el micrófono para hablar en francés. Simples saludos de agradecimiento, que luego repitió en inglés, la lengua en la que siempre se expresó Lance Armstrong en sus siete Tours. Y fue el primer vencedor no español de los últimos cinco años. Nunca se habían visto tantos australianos en París, ni cuando Rod Laver ganó Roland Garros en 1969.

El suyo ha sido un triunfo con garra, pero sin el glamur de los ataques en montaña de Armstrong o Contador. Tácticamente estuvo impecable, al contrario de los Schleck. "El año que viene volveré para ganar". ¿La frase de quién es? Fácil. De Contador.