España puede al fin saborear unas semifinales de la Eurocopa al cabo de 24 años. Saldó anoche una deuda histórica ante la Italia de toda la vida, ese equipo que suele sacar petróleo de la nada, pero que ayer acabó derrengada gracias a la gigantesca figura de Casillas en la tanda de penaltis. El capitán de la selección española ganó por goleada su pulso particular a Buffon y quitó de encima a la roja el tremendo peso de un pesimismo crónico que la impedía subir el escalón que da acceso a la lucha por las condecoraciones finales. No fue su mejor partido, pero avanzó al derribar una barrera que se resistió durante 120 minutos para caer hecha trizas entre el entusiasmo de un grupo convencido de que ha llegado su momento. Ganar a Rusia el jueves es el siguiente paso.

CONVICCION FIRME En fútbol las estadísticas están para romperlas, las maldiciones para desactivarlas y el rumbo de la historia para cambiarlo cuando se tienen argumentos sólidos y convicción firme para convertirse en protagonista de ella. La selección española no se resignó a quedarse a medio camino en una Eurocopa a la que llegó en condiciones ideales para confirmar su madurez y alcanzar de una vez el rango que le debe corresponder por la categoría de sus futbolistas y la valentía de su apuesta.

Con esa forma descarada y ambiciosa de entender el juego, España llegó avalada por la dinámica ganadora que figuraba en su tarjeta de presentación y que quedó reafirmada con su paso por la primera fase del campeonato. Llegó, superó con suficiencia a Rusia, Suecia y Grecia, y dejó el sello de equipo curtido, crecido por una puesta en escena que no se quedaba únicamente en fidelidad a un estilo sino que ofrecía variantes y posibilidades reales de ganar los partidos con fútbol directo gracias a la velocidad de Fernando Torres y la habilidad de David Villa, en la plenitud de su carrera.

Pero se cruzó Italia en su camino, posiblemente una de las Italias más especuladoras de su historia, y le quiso robar otra vez el derecho a pelear por el título en los partidos decisivos. Durante un buen rato flotó en el ambiente la amenaza de tener que irse de nuevo por la puerta de atrás, de que el tope de España seguía estando en un nivel inferior, separado del primero por una distancia insalvable. Al final, sin embargo, consiguió liberarse en la lotería de la tanda de penaltis después de evidenciar también una capacidad de sufrimiento encomiable. Una cualidad tan indispensable, o a veces más, como el buen fútbol para ganarse la escarapela de grande.

SEÑAL INEQUIVOCA La selección española no jugó bien, pero no perdió nunca la cara a un partido que los italianos llevaron a su terreno en cuanto pudieron. En ese laberinto, Xavi, el hombre bajo cuya dirección España había llegado hasta alli, dejó su sitio a Cesc a falta de más de media hora para el final del choque. Lo hizo al mismo tiempo que Iniesta, señal inequívoca de que tocaba sufrir y no achicarse ante el saber estar de un contrario que casi siempre saca fruto de la confusión a la que suele abocar a sus oponentes cuando estos no tienen paciencia. Casillas se acordó de la última vez que España cayó por penaltis, en el Mundial de Corea contra uno de los anfitriones, y admitió que los jugadores españoles imitaron a los italianos en decidirse también por jugársela en las tandas de lanzamientos. "Tuvimos una última ocasión, pero nos decantamos por los penaltis y hemos tenido suerte. Es cierto que teníamos una guerra interna de no poder pasar de cuartos de final, pero apostamos y ganamos", dijo el portero, que entra ya en la leyenda.