Este fin de semana hemos vivido en el Campeonato de Europa de atletismo en pista cubierta de Gotemburgo, la culminación de una carrera deportiva en la figura de la saltadora de altura española Ruth Beitia, que se hizo finalmente con el título europeo en pista cubierta, igual que hiciera el pasado verano con el de aire libre y a punto estuviera de subir al podio en los Juegos Olímpicos de Londres.

El deporte parece marcar claramente lo que es un éxito o una derrota, sin embargo, para lo que lo vivimos de cerca, esa línea no es tan clara, como en la vida normal.

¿Quién tiene finalmente éxito en la vida? ¿El que vive más años? ¿El que muere con más dinero en el banco? ¿El que más viaja? ¿El que es más apreciado por sus amigos y seres queridos? Todo dependerá de lo que valoremos y los objetivos que nos pongamos en la vida.

Esos objetivos, esos valores, son los que nos llegan con la educación, no solamente con la formación, a edades tempranas, en la niñez, pubertad y en la juventud. Esos valores nos sirven para la vida y para el deporte y marcarán dónde ponemos el acento, bajo mi particular punto de vista.

Dicen que nuestra sociedad vive en la actualidad una profunda crisis de valores, que van más allá de lo puramente económico, quizás porque olvidamos precisamente esas preguntas o quizás porque a los que lo dicen solamente le valen algunas respuestas a algunas preguntas.

En el deporte, como en todo, hay personas con todo tipo de valores pero, por suerte, he conocido a muchas para las que lo único no es ganar el oro sino todo los que viven en el camino, y a veces, también consiguen ese oro.

Por eso todos los que conformamos el deporte, deportistas, familiares, entrenadores, etcétera, debemos poner el acento en el camino, porque la meta que todos buscamos no tiene porqué ser la misma meta para todos. Eso es, al menos, lo que opino yo desde mi particular visión.