Estados Unidos afronta la recta final del Mundial femenino de fútbol con el objetivo de revalidar el título de Canadá 2015. La favorita cuenta con un conjunto de 23 estrellas entre las que destaca Alex Morgan, pero si hay una jugadora líder dentro y fuera del campo es Megan Rapinoe, la capitana que utiliza el fútbol para ayudar a colectivos discriminados: LGBTI, mujeres y negros han sido su causa hasta dividir a la sociedad norteamericana entre quienes la ven como una heroína y quienes creen que falta el respeto a su país. Esta semana, respondía con contundencia ante la posibilidad de ser recibida por Trump si se alza con el título: «No voy a ir a la puta Casa Blanca».

El revuelo causado en la sociedad provocó que ayer, en la previa de los cuartos de final ante Francia, la propia futbolista hiciera una valoración antes de que nadie le preguntara: «Sigo pensando lo mismo. Si fuera a la Casa Blanca mi madre se enfadaría. Tenemos una plataforma para mejorar el mundo y no iríamos a una Administración que no piensa igual sobre las mismas cosas por las que luchamos».

Siempre tuvo claro que debía tener un papel activo en los derechos sociales. Consciente de su poder en el fútbol, utilizó su altavoz para lanzar mensajes poderosos contra los abusos policiales, la discriminación o la desigualdad salarial. Cuando en el Mundial del 2011, tras marcar contra Colombia, se dirigió al córner y cantó Born in the USA, jamás imaginó que ocho años después pasaría de icono a ser cuestionada. El motivo, su apoyo en el 2016 al jugador de fútbol americano Colin Kaepernick, quarterback de San Francisco 49ers que decidió arrodillarse cada vez que escuchaba el himno en protesta por los abusos policiales a los negros.

Contraria a las políticas de Trump, la jugadora no tiene claro que sea invitada a la Casa Blanca: «Creo que no nos llamarían». El presidente respondió: «Debería ganar antes de hablar».