El alemán Michael Schumacher (Ferrari) ganó el Gran Premio de Estados Unidos, la novena carrera del Mundial de Fórmula Uno, en la que todos los pilotos de los equipos que llevan neumáticos Michelin decidieron retirarse por motivos de seguridad tras dar la vuelta de formación.

Schumacher, siete veces campeón del mundo, ganó por delante de su compañero, el brasileño Rubens Barrichello, una carrera esperpéntica en la que sólo rodaron seis coches, los dos de Ferrari, más los Jordan del portugués Tiago Monteiro -que aún no da crédito a su presencia en el podio- y de Narain Karthikeyan; y los Minardi del holandés Christijan Albers y del austríaco Partick Friesacher, quinto y sexto.

A esto quedó reducida la parte deportiva del Gran Premio de Fórmula Uno, si es que así se puede catalogar lo sucedido en la legendaria pista de Indianápolis, en la que la mayoría del público se sintió defraudado ante el lamentable espectáculo que acabaron presenciando los que no optaron por marcharse a poco de arrancar la prueba.

Porque ya desde primeras horas del sábado, el Gran Premio de Estados Unidos se convirtió en una auténtica confusión.

EL INICIO Ese día, a la hora del desayuno, Ralf Schumacher, que se había accidentado en la segunda sesión de entrenamientos libres del viernes, después de un reventón en su neumático trasero izquierdo, anunció que, siguiendo las recomendaciones de los médicos, no correría este Gran Premio, en el que sería sustituido por el brasileño Ricardo Zonta, probador en Toyota.

Como el de Ralf no había sido un hecho aislado, sino que Michelin había observado que el problema se reproducía en otros bólidos y siempre en el neumático izquierdo trasero, la marca francesa advirtió a sus socios y a la Federación Internacional del peligro que correrían si salían a correr con esos compuestos.

Michelin informó a sus socios y solicitó a la FIA la posibilidad de disputar la clasificatoria con los neumáticos desplazados a Indianápolis y la carrera con unos juegos correspondientes a la especificación que se empleó en el Gran Premio de España, en Barcelona, el pasado 8 de mayo, para lo cuál fletó un avión desde Francia en la tarde del sábado, en la que Jarno Trulli (Toyota) logró la tercera pole de su carrera con el depósito casi vacío.

Junto a él, en primera fila, se alinearía el finlandés Kimi Raikkonen (McLaren Mercedes), segundo en el Mundial, a 22 puntos de Alonso, que marcó el sexto mejor tiempo, que le acreditaba para arrancar desde la tercera hilera, al lado de Schumacher.

Tras numerosas reuniones hasta la noche del sábado, Michelin no consiguió convencer a la FIA de que permitiese un cambio de neumáticos que no contempla el reglamento -clasificatoria y carrera se deben disputar con el mismo juego- y al que se oponían, lógicamente, los equipos de Bridgestone -Ferrari, Jordan y Minardi-, que fueron los únicos que disputaron finalmente la carrera.

A LA DESESPERADA Las reuniones a varias bandas que tuvieron lugar el sábado en la Motor Speedway, famosa por albergar las míticas 500 Millas de Indianápolis, se repitieron ayer, después de que Michelin cruzase cartas con los responsables de la FIA. Las misivas firmadas por Pierre Dupasquier, director de competición; y Nick Shorrock, director de actividades de Michelin, en las que reiteraban que después de exhaustivas investigaciones no eran capaces de identificar el problema y que, si no podían usar los neumáticos de la discordia, pedían la instalación de una variante que ralentizara la curva 13, la de entrada en meta; eran respondidas con negativas por parte del director de carrera, Charlie Whiting.

Los siete equipos Michelin se reunieron y decidieron presionar a la FIA con la amenaza de no correr, si ésta no ordenaba la requerida chicane, algo que no sucedió. Pero el espectáculo fue dantesco. El propio Alonso reconocía apenas a una hora del horario previsto para la carrera que no sabía qué iba a suceder.