Los que le conocen bien dicen que sus grandes cualidades son unas manos prodigiosas, una mente que calcula a 340 kms/h, una frialdad inimaginable, una inteligencia a prueba de retos y, sobre todo, una capacidad de cometer contadísimos errores. Todo ello, dicen, a cuenta de una vida monacal, solitaria y, sobre todo, de una atracción prodigiosa para convertir en oro, en éxito, todo aquello que toca. Por eso le adoran en Renault.

Alguien lo ha apodado magic , nadie sabe si por su similitud con el mítico Ayrton Senna o porque, en efecto, posee un atractivo prodigioso para, sabiendo que tenía unas limitaciones físicas importantes para ser bueno en el ciclismo (deporte que adora) o que era mediocre como futbolista (su otra pasión), dedicarse en cuerpo, alma y mente en lo que realmente era bueno, las carreras. Tanto que, cuando, con cinco años, corría contra niños de 10 y, claro, perdía, llegaba al cole y decía que había ganado. Porque él, en su interior, se siente vencedor.

Para convertir en realidad el pacto celestial del anuncio de Renault ("El se cuida de mí en la pista y yo vigilo mi vida"), Alonso no deja ni un solo detalle al aire. Frío, inteligente, metódico, profesional, sabe muy bien lo mucho que le ha costado llegar hasta aquí y no tiene prisa en seguir avanzando. Porque sabe que, a sus 22 años, es, junto al finlandés Kimi Raikkonen (23) y el divertido colombiano Juan Pablo Montoya (27), precisamente los inquilinos del podio del domingo, el hombre del futuro.