Todos sus colegas le dijeron que no cogiese el caso. Que estaba loco. O casi. Que se metía en un buen lío. Que tenía muy mala pinta. Que se estrellaría. Que no tenía sentido. Que todo el mundo recordaría que él, el doctor Xavier Mir, uno de los mejores especialistas del mundo en manos, brazos y clavícula, en extremidades superiores, habría fracasado en un caso poco menos que imposible. En una mano catastrófica, que es como se define en medicina una mano tremendamente dañada por un accidente o malformaciones.

Era la mano de una auténtica estrella del deporte español. Era la mano de uno de los deportistas españoles con mayor progresión y proyección de la década, de este inicio de siglo. Era la mano derecha catastrófica de Bruno Dominix Hortelano (Wollongong, Australia), de 26 años, especialista en 100, 200 y 400 metros lisos, actual plusmarquista español de 100, 200 y 4x100 metros y la gran esperanza olímpica. Hortelano, que sufrió un accidente en septiembre del 2016, en Madrid, camino de Las Rozas, cuando ocupaba el asiento del copiloto en el coche que conducía su primo, tuvo la mala suerte de que, al volcar y llevar la ventanilla bajada, su mano quedó atrapada entre la puerta y el asfalto, y recorrió varias decenas de metros destrozándose la palma de la mano con el roce de la calzada.

Primeras curas en Madrid

Las primeras curas, magistrales, brillantes, muy eficaces, salvadoras y, en las que le descubrieron (hecho que, posteriormente, fue decisivo para su total curación) la existencia de un germen muy agresivo, muy nocivo, denominado pseudomona, del que se le trató durante todo el proceso de rehabilitación, se las realizaron en el prestigioso hospital 12 de Octubre, de Madrid. Luego, Hortelano supo de la existencia del doctor Mir y su equipo del ICATME, que este mes cumple los 25 años de existencia, en el Hospital Universitario Quirón-Dexeus, de Barcelona, y acudió a su consulta.

Y aunque, en efecto, el propio doctor Mir se llevó las manos a la cabeza al comprobar el estado de la mano del veloz atleta, aceptó el caso. «Entre otras cosas porque nosotros, los médicos, hemos de tratar, por encima de todo, de generar ilusión en nuestros pacientes y, sin engañarles, sin mentirles, sin decir lo que no es o, precisamente, diciendo lo que es, poner todo de nuestra parte, de la técnica y la ciencia, para recuperar al enfermo».

Así quedó la mano de Bruno Hortelano tras el accidente de tráfico. / ICATME

Y, sí, Mir aceptó el caso, que ahora pasea por multitud de congresos y acaba de publicar, junto a otros grandes especialistas mundiales, en la reciente sesión bibliográfica vivida en la Dexeus, con motivo de esos 25 años de cirugía de la mano, brazo y clavícula, que ha citado en Barcelona a los mejores expertos del mundo. «Aún me acuerdo cuando, hace exactamente 25 años, tras la muerte repentina por una crisis hipertensiva cuando iba en bicicleta, del doctor Josep Maria Beltrán, el doctor Josep María Vilarrubias le preguntó al doctor Antonio Navarro, valenciano, mi maestro en el Vall d’Hebron y catedrático de Ortopedia de la Universidad Autónoma de Barcelona, si tenía alguna joven promesa para ocupar el lugar del doctor Beltrán. Navarro le dijo: ‘Sí, Josep María, tinc un xiquet que promete mucho’. Y me cogieron a mí», cuenta Mir.

El papel de la biología

Y su primera operación delicada, muy delicada, hace eso, 25 años, fue el pulgar derecho del entonces ya campeón Jorge Martínez Aspar, que había sufrido un accidente brutal en Salzburgring, Austria, donde le dijeron que la mano le quedaría inútil. «Me hablaron de Mir, fui a Barcelona y mano de santo: me operó, me curé y seguí ganando», narra el campeonísimo de Alzira 25 años después.

«De aquella mano de Jorge que, en efecto, tenía también muy mala pinta cuando la vi, a la de Hortelano, la medicina, la técnica, el instrumental, la práctica y la investigación han dado pasos de gigantes y, no solo en la sala de operaciones, también en la recuperación, en las curas, en la rehabilitación y en el apoyo que ahora tenemos, por parte de la biología, que nos ayuda, ¡y de qué manera!, a que todo lo que hacemos en el quirófano, en cuanto a reconstrucción, piezas de titanio, tornillos e, incluso, injertos, cobre vida gracias a ese aporte de la biología», señala Mir.

Bruno Hortelano y el doctor Xavier Mir tras una de las tres operaciones. / ICATME

No estamos hablando de milagro (o casi), estamos hablando del avance de la ciencia. Y es ahí donde la biología está contribuyendo al éxito de curaciones como la mano catastrófica de Bruno Hortelano. «Las células madre, las células plasmáticas, son ya vitales para una buena rehabilitación. Si el organismo, por sí solo, envía a la zona afectada, intervenida, mil células, haz lo necesario para que le envíe un millón. ¿Cómo? Sácale sangre, centrifúgala, aparta los glóbulos rojos de las células plasmáticas e inyéctaselas en el foco de la fractura. Funciona desde el primer momento. ¿Por qué? Porque son células que no tienen rechazo, pues provienen del propio paciente, aceleran la mejora de los tendones o la zona operada y el enfermo se cura mejor y más rápidamente».

Mir, que reconoce haber padecido «y mucho» en las tres operaciones y decenas de curas que le hizo a Hortelano en su mano («porque no se trataba de recuperarle la mano, la movilidad, sino de que pudiese volver a competir, lo que hacía aún más complicado todo el proceso, que ha durado meses de gran sacrificio por su parte»), recuerda siempre el consejo que un día le dio el doctor Navarro: «Xavier, no te creas que nosotros curamos. Nosotros no curamos. Nosotros lo único que hacemos es poner las condiciones idóneas para que el organismo cure una lesión». Auténtica verdad de la medicina, según Mir.

La mano de Hortelano era una mano para amputar. De ahí que los colegas de Mir le dijesen que la rechazase. Tenía múltiples fracturas, aunque eso era, según Mir, lo de menos. «El mayor problema es que se trataba de una gravísima lesión combinada, en la que, además de esos huesos rotos, la piel había desaparecido, tenía muy afectados los tendones, todos, no había apenas nervios y solo quedaba la vascularización precaria». Era, sí, la mano más catastrófica que había entrado en su despachito del segundo piso del Institut Quirón-Dexeus, de Barcelona. «Como se cura la piel -explica Mir—no tiene nada que ver a cómo se cura un hueso, como se cura un tendón no tiene nada que ver a cómo se cura un nervio, pues todo se complica al tener que ofrecer idéntica movilidad a todas las partes».

Técnicas de injertos

Pero cuando se dice que la medicina avanza una barbaridad, se dice con conocimiento de causa. Antes, cuando te destrozabas la piel, los cirujanos acudían al trasero, extraían un injerto y lo trasplantaban, en este caso, a la palma de la mano. «Pero, claro -señala Mir- era un injerto muerto, en el camino en la mesa de operaciones, se moría la mitad del injerto. Ahora, gracias a la sofisticada microcirugía, utilizando un poderoso microscopio, somos capaces de coger piel del antebrazo y trasladarla donde la necesitamos, pero ¡viva!, con circulación, con arterias y venas, y tapamos. Y el espacio dador, el antebrazo sano, lo tapamos con piel que extraemos del culo».

Esa mano, la de Hortelano y la de cualquier otro paciente, deportista o no, estrella o no, tiene, además, un problema añadido: no se puede inmovilizar. «Después de operarla, una, dos o tres veces, si la inmovilizas, las articulaciones tienden a quedarse rígidas: Hay que operar con la idea de que el paciente pueda mover la mano lo antes posible».

Mir reconoce que, en el caso de Hortelano -que en estos momentos, está ya entrenándose casi al más alto nivel en la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, a las órdenes de su entrenador norteamericano Adrian Durant- ha tenido mucha suerte. «Sí, sí, suerte, mucha suerte. Primero, porque la mano era realmente catastrófica, por culpa del desafortunadísimo accidente que sufrió. Segundo, porque los doctores del 12 de Octubre hicieron un primer trabajo fabuloso, repito, fa-bu-lo-so, entre otras cosas porque detectaron la pseudomona. Pese a lo bien que fue la operación, que duró siete horas, si hubiese persistido el germen, la mano se nos va al garete, seguro. Y, tercero, porque Bruno ha hecho un trabajo indescriptible de sacrificio, recuperación y deseos de curarse».

Y es ahí donde Mir expresa lo que le ha ayudado a curar a tantos deportistas. «Son los mejores pacientes del mundo. Son jóvenes, son fuertes, tienen unas ganas y una necesidad tremenda de curarse, no les da miedo nada y, créame, el quirófano intimida, no escatiman ni esfuerzos, ni medios, ni tiempo para su rehabilitación, es decir, les da igual estar dos horas en el gimnasio que doce, quieren curarse y son valientes».

Labios y pulgar, fundamentales

Mir habla de las manos como si hablase de los ojos. Uno diría que le da la misma importancia. ¿Se han preguntado alguna vez por qué tenemos el dedo pulgar más corto? «El organismo es millones de veces más sabio que nosotros. Se va adaptando. Nuestros antepasados tenían todos los dedos iguales. El dedo gordo se ha ido acortando para poder hacer pinza. Si tuviésemos todos los dedos iguales, no podríamos hacer pinza. El perfeccionamiento humano ha evolucionado acortando el pulgar para prensar mejor. Y, pronto, ya verá, el dedo pequeño del pie desaparecerá porque no sirve para nada».

Mir recuerda que la característica de que tengamos una mano que puede ejercer de pinza, que agarre objetos, que prense, es vital, muy importante. «Para averiguar la relevancia de nuestras manos, basta recurrir a lo que se denomina el Homúnculo de Penfield. Es nuestro mapa de la corteza cerebral donde se muestra el espacio que cada órgano y sentido de nuestro cuerpo posee en el cerebro. ¿Sabe cuáles son las dos zonas que poseen más área cerebral, más neuronas?: los labios y el pulgar. El área del pulgar ocupa cinco veces más espacio en nuestro cerebro que una pierna. Los labios y los pulgares no solo ocupan más zona en nuestro cerebro, sino que son las más especializadas».

Bruno Hortelano, en el Europeo de Amsterdam, en julio de 2016. / AFP / VINCENT JANNINK

Y es entonces cuando Mir recuerda el día, por ejemplo, que el guitarrista, el virtuoso Paco de Lucía, entró en su consulta y le dijo que no podía seguir tocando porque el dedo meñique de su mano izquierda, la de los acordes, el dedo que apretaba las notas más agudas, se resistía, se negaba, a seguir apretando el mástil de su guitarra. «Doctor, tengo roto el tendón, ¿verdad?». Y no, el mago de las cuerdas no tenía nada roto. Sufría distonía. «Cuando una mano, unos dedos, sean de guitarrista, violinista o pianista, llevan horas, días, semanas, meses, años, ensayos y conciertos, repitiendo millones de veces el mismo gesto, obedeciendo la misma orden, a menudo se olvidan de ella. Es como si se les hubieran acabado las pilas, dejan de responder a esa petición», explica Mir. «Y eso no se puede operar, solo tiene remedio con descanso y, luego, reeducando al dedo, a la mano, volviéndole a enseñar como se toca, lo que debe hacer. Se llama distonía y solo se cura con reposo y reeducación».

El dibujo de los cohetes

La mano de Hortelano está ya casi curada y los colegas del doctor Mir han participado, en el 25º aniversario de su primera intervención, reconociendo que esa cura ha sido poco menos que milagrosa.

A Mir le encanta recordar que tanto la mano de Aspar como la del atleta preferido de todos los españoles pueden volver a hacer, con enorme facilidad, el signo que se conoce como oposición al pulgar, que consiste en juntar o tocarse la yema del pulgar con la yema de cualquier otro dedo, preferentemente, el índice. Ese gesto, ese signo, recuerda el doctor Mir, es lo único que había dibujado, pintado, por supuesto al lado de la bandera de EEUU, junto a las barras y las estrellas, en los cohetes que iniciaron la conquista del espacio sin tripulantes. ¿La razón? Dar a entender a una hipotética civilización que existiese por esos mundos que la nuestra, la del cohete, era una civilización desarrollada porque tenemos capacidad para hacer pinza con los dedos de nuestras manos.