Desde hoy, cuando Argentina debuta ante Nigeria (16.00 horas, Canal + Liga), y pase lo que pase en este largo mes surafricano, es el Mundial de Leo Messi. Hasta ayer, era el Mundial de Diego Armando Maradona. Se hablaba solo de él. De sus inmensas caladas a esos habanos que exhibía orgulloso el seleccionador argentino al acabar los entrenamientos. Se le miraba a él como si estuviera jugando, como si el tiempo se hubiera detenido en 1986 cuando se entronizó en México. Como si la vida en Argentina solo existiera en torno a la oronda, ahora ya menos, figura del Dios que cambió la historia del país. Pero eso ha terminado. Ayer, en uno de sus singulares momentos maradonianos, dejó una frase para la memoria. "Argentina es un Rolls Royce y lo conduce Messi".

Así de simple. Hasta ayer, el Mundial le pertenecía al Dios que nació hace casi un cuarto de siglo y al que no se le adivinaba sucesor posible. Hasta que apareció Messi en Rosario, hace ahora casi 23 años. Ni había nacido Leo, Lío para sus compatriotas, cuando Maradona ya era el dueño de la patria. El dueño simbólico y, sobre todo, emocional. Un año después de México, en 1987, nació el tercer hijo de Jorge y Celia, el joven que ahora todos han designado como el nuevo Dios . Todos, excepto él. El médico Norberto Ordetto comunicó a la familia que Lionel --así se llama porque a su padre le encanta Lionel Richie-- había llegado al mundo en perfectas condiciones, pesando 3.600 kg.

Argentino de corazón

Sí, la Pulga nació el 24 de junio de 1987 en el Hospital Italiano Garibaldi de Rosario. Sí, la Pulga es argentino. Aunque muchos sigan dudando de esa condición. No hay nada que irrite más a Leo (en Barcelona) o Lío (así le llamó ayer Maradona) que duden de su alma. No, no es su pasaporte el que indica su condición de argentino. Es su corazón. Su alma. Ahí anda, enclaustrado, encerrado en sí mismo, compartiendo habitación durante las dos últimas semanas con Verón, el padre espiritual que le ha elegido Dios para guiarle. Con ser su amigo, que lo es, a Messi le falta, sin embargo, la compañía, la voz y la experiencia de Gabi Milito. Pero Maradona no entendió uno de los códigos más importantes del fútbol y le dejó huérfano. Pese a que Verón, la Brujita , no quiere que se sienta solo. No lo está. Cuando Messi, esté en el lugar que esté, tiene una pelota entre sus pies, es el más feliz del mundo. A partir de hoy, la tendrá. "Me encantaría que tuviera el mismo impacto que tuve en el 86, ese mismo rol protagonista. Pero detrás de Lío hay un equipo que lo debe respaldar. El tiene que ser la frutilla del postre", contó ayer Maradona en las horas previas al Mundial que nunca ha vivido. El Dios sentado en el banquillo y el Profeta corriendo por la pradera del sur de Africa.

Idolo, pero no del pueblo

Argentina es un Rolls-Royce, pero no lo conduce Diego. "Si tuviera que elegir un ídolo del pueblo ese es Carlitos", afirmó el técnico en referencia a Tévez, la estrella del Manchester City. Pero los ídolos del pueblo no son siempre los que ganan los Mundiales. El conductor del Rolls es Messi. "Le deseo con todo mi corazón, que tenga un protagonismo bárbaro y que sea el mejor de todos los tiempos, definitivamente", admitió el técnico. Lo dijo ayer con sinceridad. Porque lo cree. Porque lo siente. Porque, en realidad, lo necesita.

Sabe que su mito, construido en el campo, está en juego ahora que ya no depende de él. Depende de ese niño rosarino que se ha hecho hombre en Barcelona, integrado en un sistema de juego perfecto, guiado por un entrenador (Guardiola) que le ejerció más de psicólogo que de jefe. "Viene de jugar 63 partidos. Guardiola sacaba a Xavi, a Iniesta, pero a él no", se quejó el seleccionador. Sin saber acaso que cuando Messi está fuera del campo le quita la felicidad.