Ya no debe haber duda alguna. Alberto Contador va camino de convertirse en un grande del ciclismo. No en una estrella errante o fulgurante. Está decidido a pisar fuerte, muy fuerte. Tanto que ya ha comenzado a hacer historia y a señalar a todo el mundo, incluso a quien se plantea volver a la competición, que quien va a gobernar el ciclismo mundial a partir de ahora, si no lo hace ya, es él y nadie más.

Por esta razón es tan importante que el próximo domingo gane la Vuelta, una carrera en la que ayer reafirmó el liderato con un incuestionable triunfo en solitario, el segundo consecutivo. El sábado venció en el Angliru y ayer en San Isidro, cumbres asturianas, cimas repletas de público, que ya se ha contagiado del placer que produce verle subir, dominar la carrera, atacar, mostrarse intratable, vestirse de dorado. Y nadie, absolutamente nadie, osa seguirlo. No lo puede hacer Alejandro Valverde, por más que intente sacarse el cabreo consigo mismo por el tremendo error del jueves pasado, cuando se quedó cortado en una etapa normalita. Tampoco puede hacerlo Carlos Sastre, que paga en sus carnes su triunfo en el Tour.

BUENA RENTA Solo le inquieta Levi Leipheimer, su compañero en el Astana. La renta de 1.17 minutos merece ser tratada con respeto ante la cronoescalada de Navacerrada del sábado, siempre y cuando las etapas emboscadas de esta semana.

Ayer, y no suena a farol, Contador no quería ganar. Hasta le vino bien al Astana el férreo control de la etapa y el ritmo frenético que impuso el Caisse d´Epargne para impedir que una escapada truncase la ilusión de Valverde por ganar en San Isidro. Era solo una ilusión. Más corazón que fuerzas. "Cuando vi que era imposible mantener el ritmo de Contador levanté el pie y regulé", afirmó el murciano.

NO QUERIA GANAR No quería ganar, cierto, pero a tres kilómetros de la cumbre se sintió a las mil maravillas, como si la carretera fuera llana. "¿Disputo o no?", le preguntó a Johan Bruyneel, el responsable de su equipo, a través del pinganillo. La respuesta no se hizo esperar: "Alberto, no desaproveches esta oportunidad". Se levantó, bajó un piñón y se fue como un ángel.