Primer partido, primer triunfo, primera demostración de solvencia, de poder. Esto pinta bien pero solo es el inicio. Si es con goles mejor, desde luego.

Llegué al aeropuerto de El Prat y, antes de buscar un televisor, oí gritar "¡goooool!". Un policia me preguntó, mientras yo veía de reojo la repetición del primer gol del Guaje, si había sido gol de Rusia. "No creo que hayan muchos rusos por aquí", le comenté consciente de que El Prat no era territorio de escépticos. Me acomodé y vi el resto del encuentro. Todo. Justo cuando Cesc cabeceó el cuarto, me llamaron a embarcar. Por la mañana temí perderme el partido pero, cuando vi que el billete de regreso a Bilbao, desde Barcelona, claro, me dejaba un hueco para el placer, respiré tranquilo.

No todos tiene ungoleador de raza

No soy, tal vez, el más indicado para decirlo, pero cuando ves lo que hizo ayer el Guaje en Innsbruck te das cuenta de que, a veces, esos chicos se merecen ser considerados los futbolistas más valiosos. Antes de que empiece una competición de este nivel, todo el mundo busca su goleador y no todos los encuentran. Es más, no todos lo tienen.

Luis Aragonés se ha decidido por la pareja Torres-Villa y, en la primera cita, ha ganado por goleada. Lo grande del Guaje no fueron solo sus goles. Fue su conexión con todo el equipo. El puso la pólvora, cierto, pero recibió tres pases del cielo, de los pies de Torres, Iniesta --qué hermosura su cesión interior-- y de Cesc. Y Villa, cómo no, sentenció, insisto, como solo saben hacerlo aquellos que valen su precio en oro. Y no hablaré de dinero.

Pero lo más grande, para mí, fue el abrazo de Villa a Torres tras el 3-0 en un claro signo no solo de elevar la moral del ídolo de Liverpool, sino de demostrar que esos goles también son de él. Nadie sabe cómo seguirá la Eurocopa, pero no hay nada como empezarla de la manera de España. Con la sensación de que sabe lo que quiere y cómo lograrlo. Victorias así son las que hacen crecer a los equipos.

Una larga espera que provoca nervios

Sé que muchos de ustedes dirán ¿pero qué me cuenta este señor? Aún así les contaré que no hay nada peor en esta vida, bueno, perdón, en una competición de este tamaño que estar incluído en el grupo que inicia el último turno de la primera fase.

Uno llega al país donde se disputa la Eurocopa antes que nadie. O al mismo tiempo que los demás y vive el arranque de la competición metido en su hotel, entrenándose sin jugar, viendo jugar a los demás, peor aún, viéndoles, tal vez, brillar, golear. Un extraño cosquilleo. Si quieren le llamamos impaciencia.

Y no hay peor amigo, o enemigo, en una competición de esta envergadura que las dudas. La principal es saber, porque lo has vivido antes, que siempre hay un petardazo en el arranque. Y, claro, como tú aún no has empezado a jugar y has visto ganar a casi todo el mundo, piensas: "No seremos nosotros los que fallemos ¿verdad". Y eso no es fácil.

Aquellos detallesque nadie cuenta

Cualquier partido, sea grande o pequeño, importante o no, tiene esos pequeños detalles que, al final, pueden ser decisivos. Son detalles que nadie se plantea pero que, a menudo, acaba decantando la balanza a uno de los dos lados. Ayer, cierto, la superioridad de España fue clara, contundente, pero hubo, en la primera hora de partido, dos decisiones arbitrales que me parecieron vitales. Y que forman parte de ese racimo de incontrolables que hacen grande e incierto este deporte.

Y no fue un penalti fallado como el de Ronaldo en el Camp Nou o patinazo a lo Terry en Moscú. No. Ni siquiera dos decisiones del árbitro. No. Fueron de los jueces de línea. Aquella en la que señalaron fuera de juego una oportunidad de oro de Pavlyuchenko y la tolerancia, correcta a mi entender, de la posición en la que se encontraba Villa cuando recibió el magistral pase de Iniesta en el segundo gol. Acertó el línier en las dos, acertó el árbitro, en reforzar la decisión de su colega y amigo. Acertó el fútbol.