El castillo de naipes hace tiempo que había caído. Lo único que ha hecho Lance Armstrong con la esperada entrevista que concedió el lunes a Oprah Winfrey y que empezó a emitirse el jueves fue confirmar que todo fue una trampa, una "gran mentira" repetida "demasiadas veces".

El ciclista tejano, en una confesión pública histórica pero limitada, ha dado la vuelta a alguna de las cartas sobre las que se edificó esa desilusionante ilusión pero ha eludido detallar su papel de arquitecto o, al menos, de jefe de obra; no ha explicado la estructura; no ha tenido en verdadera cuenta a las víctimas que cayeron en su construcción.

La admisión, como dijo ayer Travis Tygart, jefe de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA), representa "un pequeño primer paso en la dirección correcta". Para la mayoría, no obstante, sentarse y abrirse solo hasta cierto punto con una estrella mediática como Winfrey fue solo un intento "desesperado" y "fallido" de Armstrong de iniciar un camino de difícil redención, otra aparición de un hombre frío y calculador que no da señales de remordimiento.

Las palabras inculpatorias estuvieron ahí nada más arrancar la entrevista. Con cinco "síes" como respuesta a una batería de preguntas de Winfrey, el que fue campeón de todos los Tours entre 1999 y el 2005 reconoció que usó transfusiones de sangre y tomó sustancias prohibidas, incluyendo EPO, testosterona, cortisona (fármaco de uso restringido) y hormona de crecimiento, incluyendo en todas sus victorias en París.

SIN NOMBRES Más allá de esas cinco afirmaciones que han grabado ya en los anales del deporte uno de los mayores fraudes de la historia, y de declaraciones que demostraron escalofriantemente cómo se volvió rutina lo ilegal, Armstrong reveló poco más. Trató de negar, por ejemplo, que la trama de dopaje fuera, como dijo la USADA en su demoledor informe de octubre, la "más sofisticada de la historia del deporte", asegurando que era "profesional sin duda e inteligente" pero también "conservadora y aversa al riesgo". Intentó minimizar su responsabilidad hablando de "una cultura" que plagaba el ciclismo y desmintiendo a los otros corredores que le han acusado de presionarlos a doparse. Se negó a inculpar a otros señalados por las autoridades deportivas, como el doctor Michele Ferrari, también vetado de por vida para el deporte. "En esta historia hay gente buena --dijo--. No son monstruos, ni tóxicos, ni malvados. A Ferrari yo lo veía como un hombre bueno e inteligente, y lo sigo haciendo".

AUTOCRITICA Hubo en la entrevista momentos de autoflagelación, y no todos los días se ve a Armstrong llamarse a sí mismo "capullo arrogante", "gilipollas" o "macarra" o decir "me merezco esto". Hubo, también, frases que parecían denotar una comprensión del profundo agujero que él cavó y en el que ha caído ("Me merezco esto", "pasaré el resto de mi vida intentando recuperar la confianza y pidiendo perdón"). Pero hubo también declaraciones que sonaron a excusa (llegó a dejar caer que fue sobrevivir al cáncer lo que le hizo un "competidor feroz" dispuesto a todo). Se le escuchó decir que nunca pensó que lo que hacía estuviera mal, fuera trampa o le hiciera sentir mal. Y pareció más arrepentido de haber vuelto a la competición en el 2009.

INCREDULIDAD Y RABIA Lo que Armstrong no puede evitar es que, a estas alturas, nadie le crea cuando habla. El presidente de la Agencia Mundial Antidopaje, John Fahey, quedó convencido. "Hablar de una cultura de dopaje es una conveniente manera de justificar lo que hizo. Hizo trampa y no hay excusa. Si buscaba redención no la ha logrado".

La periodista Bonnie Ford, por ejemplo, escribió en la web de ESPN que la entrevista fue "un típico acto de Lance: espectáculo y producción gestionada, intentando modelar otro capítulo en una épica agujereada que ha perdido aire y ha caído a la tierra".

Solo la Unión Ciclista Internacional (UCI) vio elementos optimistas en la entrevista, en la que Armstrong, de momento les exculpó, al menos de episodios como un supuesto pago para ocultar un control positivo.