Lance Armstrong es un tipo listo. Siempre lo ha sido. De lo contrario habría sido imposible que hubiera ganado siete Tours de forma consecutiva. Armstrong tenía un problema. Lo veía. Lo observaba. Alberto Contador ni quería, ni podía esconder que estaba a disgusto y hasta se le notaba que la presencia del tejano no era de su agrado.

Llevaba días comentando en su círculo íntimo que se debía arreglar la situación: "Yo quiero ser amigo de Alberto". Así lo decía Armstrong. Pero estaba claro que no formaban el matrimonio perfecto. Contador, en la larga mesa que comparten ciclistas y auxiliares del Astana, se sentaba en el otro extremo de Armstrong. Alguien tenía que mover ficha. Y, evidentemente, tal paso lo tenía que dar el último en llegar al equipo, el que con su fichaje había podido dar la impresión de desestabilizar a un Astana entregado en cuerpo y alma al corredor de Pinto. Este fue el equipo que se esforzó al máximo el año pasado para convertir a Contador en el vencedor primero del Giro y después de la Vuelta, porque el Tour, de forma injusta (tal como ha ocurrido ahora con Alejandro Valverde) no permitió el concurso de la escuadra del astro de Pinto.

Sin convivencia

"Tenemos que hablar". Armstrong dio el paso. Se lo dijo a Contador en el hotel de Montecarlo. Y hablaron. "Porque lo necesitaban, porque no habían convivido juntos, porque no lo pudieron hacer en Castilla y León, ya que Armstrong se fracturó la clavícula en la primera etapa", explican en el conjunto kazajo. Fueron unos minutos. Armstrong movió ficha porque si ha regresado, lo ha hecho con la intención de no tener malos rollos con nadie.

Y porque --y ayer se vio con claridad-- Armstrong ya no es Lance, el terrible, un ciclista que de haberse encontrado hace tres años con una contrarreloj de estas características habría estado en los tiempos de Contador y Cancellara, peleando por el primer jersey amarillo de una carrera que lo cautiva. Ayer solo pudo ser el cuarto del Astana. No solo lo superó Contador, sino que también lo hicieron Andreas Klöden y Levi Leipheimer. Si Armstrong fuera otro, y no un antiguo supergenio de la bici, esta posición lo convertiría en gregario, en un doméstico obligado a bajar al coche a por botellines para su líder, léase Alberto Contador.

El griterío

Pero sigue siendo, y con diferencia, el más mediático del pelotón. Es en lo único que le gana a Contador. Ayer se vio en Mónaco. La muchedumbre se situó junto a los autocares del Astana. Solo se oían chillidos pronunciando su nombre. Armstrong fue el único corredor al que saludó personalmente el príncipe Alberto, a quien acompañaba Fernando Alonso. Armstrong era el primero en partir de su equipo. Lo hizo a los 17 minutos de empezar el Tour 2009, en la posición propia de los gregarios, de los desconocidos, de los parias del pelotón.

Marcó el mejor tiempo provisional, algo que se esperaba, por otra parte, pero solo pudo mantenerse como líder del Tour por espacio de 15 minutos, hasta que llegó a meta el alemán Tony Martin. "Empecé con mucha precaución porque no quería quemarme. Pero también sabía que tras varios años de ausencia no me encontraba tan fuerte como antes", escribió anoche en la red social de Twitter.

No es el de antes, pero todavía tiene gasolina en su depósito. Desde 1999, cuando ganó el primero de sus siete Tours, Armstrong fue en la inauguración de la prueba dos veces primero; tres, segundo; una, tercero, otra, séptimo, y ayer 10º. Sigue siendo un top ten. Pero no el mejor.