Desde muy pequeño uno comienza a demostrar sus habilidades y sus inquietudes y ello le hacen decantarse por unas u otras opciones. De pequeño tenía claro que el fútbol no era mi deporte, no porque no me guste dar patadas a un balón, los que me conocen saben que a un balón, a una lata, a una pelota de tenis o lo que se me ponga a tiro, sin embargo ya con 8 ó 9 años tenía claro que el fútbol reunía unos valores y unas actitudes que no me gustaban, para mí era un deporte para "listos", quizás excesiva competencia en una actividad que era el rey de los recreos y es el centro de atención de medio mundo.

Por ello, me decanté en principio por el baloncesto, un deporte colectivo y con contacto, pero mucho menos marrullero, y más tarde por el atletismo, el que me parecía a mí un adalid al respecto donde el cronómetro, inexorable siempre, y la cinta métrica, dictaban sentencia implacable.

Sin embargo, como suele pasar con todo en la vida, la edad nos lleva a cierto desengaño, y en mi deporte, el dopaje, la trampa, es lo que más me ha contrariado.

Herida de muerte la inocencia y en plena efervescencia informativa cuando las alfombras del dopaje las levanta la propia policía o guardia civil, descubro cómo esos "listos" también campan a sus anchas en el atletismo y pretenden adulterar los resultados pasando, gracias a las lagunas y a veces mares y océanos de las legislaciones vigentes, por bellas personas e incluso víctimas.

Pero ya es demasiado tarde para cambiar de tercio y en esta ocasión, aunque sea boca a boca, persona a persona, palabra a palabra, tocará echarlos a ellos de nuestro deporte porque a "los listos" solamente se les vence con unas buenas dosis de inteligencia y también con paciencia, la que hace falta para que caigan en sus propios agujeros o para que sus mentiras se rebelen y se vuelvan contra ellos.