En la primera acción del combate notó como su hombro derecho se le salía. Ana Carrascosa (Valencia, 1980), campeona de Europa de judo en menos de 52 kg, había quedado dañada por la potencia de la coreana Kiungok Kim. Pero se levantó. Aguantó en unos momentos dramáticos, con el público encogido de emoción. Resistió casi cuatro minutos de pie, hasta que su hombro se quebró. A 27 segundos del final, esa judoca que debió emigrar al Orleans, un club francés, hace tres años porque nadie apostó en España por ella, se desplomó.

Tardó unos segundos en levantarse del tatami. Pareció una eternidad. El público guardó un respetuoso silencio, conmovido ante esa escena. La judoca coreana, recta, firme, en posición casi marcial, aguardaba el desenlace en el centro del escenario, mientras los gritos de la grada durante el combate resonaban todavía en la cabeza de la española. "¡Lucha, Ana, lucha!", le decían desde una esquina. "¡Aguanta, aguanta Ana!", salía de la otra. "!Espera, Ana, espera!", chillaba al pie del tatami Sacramento Moyano, la entrenadora del equipo español.

Ana luchó de forma heroica. Sin premio, pero con honor. Ana aguantó. Hasta el médico de la selección tuvo que salir para curarle el labio inferior tras recibir otro golpe de una coreana desatada. Ana esperó. Cada vez que se caía, se volvía a levantar. Así, una y otra vez hasta ser enviada directamente a un hospital de Pekín. Un combate tan drámatico como tristemente inolvidable. "El bronce era suyo, seguro que lo ganaba", contaba.

Ana dejó un rastro estremecedor. "Está destrozada, está destrozada. Siente dolor, rabia y no se le acaba la pena. Dolor no por el hombro sino porque tenía el bronce. Rabia de impotencia y pena porque no imaginó algo así", explicó la entrenadora, mientras a Ana le colocaban hielo.