Debió ser terrible y larguísima la noche del 23 al 24 de febrero en el dúplex que vivían varios jugadores del Cáceres Patrimonio de la Humanidad en la calle León Leal. Uno de ellos, Dani Martínez, le daba vueltas a la cabeza: tras romperse en el partido ante el Sammic por segunda vez una rodilla -esta vez, la izquierda--, a sus 23 años se planteaba dejar el baloncesto. «No podía dormir. ¿Qué coño voy a hacer ahora con dos rodillas operadas? Me rayé muchísimo», confiesa ahora.

Sin embargo, la luz de la mañana le trajo a través de su teléfono móvil una esperanza que está empezando a saborear de verdad: «Hubo una llamada muy intensa de Iván Martínez, del Baskonia, con el que comparto agente. Jugamos juntos en Tarragona hace unos años. Fue un punto que me calmó muchísimo. Me habló de otros jugadores que han tenido lo mismo y están súper bien. Dejarlo me lo quité de la cabeza».

Martínez está casi en el ecuador en su camino de regreso a las pistas. Día a día, en su Tarragona natal, mantiene una rutina dura, pero necesaria, alejada de los focos, pero de igual o superior mérito a la que han pasado otros deportistas. El objetivo es volver a ser el que era y lo de abandonar ya es solo una tentación olvidada. «Cada mañana a las 8.30 me voy a rehabilitación. Hago dos horas, un poco de todo: fisioterapia, piscina... Luego tiro hacia el gimnasio, sobre todo con ejercicios para el tren superior. Con la pierna que está bien no me compensa hacer nada porque entonces cogería mucho más volumen que la lesionada, aunque sí que hago sobre todo bicicleta elíptica», cuenta.

Luego exprime el dicho que de que no hay mal que por bien no venga. «Por la tarde me dedico a la universidad porque aproveché que iba a tener más tiempo con la lesión para matricularme de más asignaturas de las que en principio tenía. Estudio Educación Social a distancia. En Cáceres pude hacer los exámenes desde casa. Ahora haré algunos presenciales», afirma. Pero su día no acaba ahí: luego vuelve otro rato al gimnasio a machacarse.

En positivo

El escolta catalán reconoce que, superado el «inevitable bajón», su obsesión ha sido el regreso. «Hay mucha gente que te apoya y que ha apostado por ti», comenta, considerando que incluso le ha ayudado que hace dos años sufriese la misma rotura de ligamento cruzado anterior en la rodilla derecha. «La mala experiencia de haberlo vivido con la otra pierna me ha ayudado a ir súper avanzado ahora. He perdido el miedo que como es lógico sientes la primera vez y he relajado la musculatura».

El paralelismo más mediático lo tiene en Sergio Llull, lesionado el pasado verano y que regresó hace unas semanas con el Real Madrid. Martínez confiesa que cuando vio por televisión su emotiva reaparición ante el Panathinaikos se le saltaron las lágrimas porque se veía totalmente reflejado, aunque ese es un momento que ya vivió con la anterior lesión. «Ahora está siendo diferente. A veces hasta hago vida normal y se me olvida que tengo el problema», dice.

Todo hace indicar que aceptará la propuesta que le ha realizado el Cáceres para continuar. Estaba siendo una de las revelaciones de la temporada por su polivalencia y descaro. Él ve con buenos ojos la renovación, agradeciendo sobre todo el trato que ha recibido. «Estaría encantado de seguir, no solo por lo cómodo que he estado, sino por el cariño que he tenido luego. Eso lo valora mucho un jugador, porque otros clubs a lo mejor te dicen que lo sienten pero que no pueden hacerte ninguna oferta», apunta.

Sufrimiento a distancia

Hasta entonces, elude hablar de una fecha concreta para volver a jugar. «Es una incógnita. La semana pasada tuve visita con el doctor que me operó y me vio súper bien. Me dijo que no me tengo que precipitar. En el tercer o cuarto mes hay más peligro de que haya una recaída y que te saltes los plazos. Con siete meses y medio u ocho pilla justo al inicio de liga. También depende de cómo esté yo de la cabeza», responde.

Al fin y al cabo la temporada terminó bien para el propio Cáceres, aunque siete derrotas seguidas llegaron a hacer dudar de la permanencia. Martínez lo vivió de un modo especial, en la distancia: «Me acuerdo que me ponía los partidos y me decía a mí mismo que no podía ser. Pensaba que el baloncesto era más justo que lo que estaba pasando. Confiaba plenamente, pero también tenía el miedo ese también. Con el partido de Lleida llegué a decir “ojo”, pero al final nos salvamos. Es bonito también haya sido tan reñido al final. Y la clasificación ha terminado siendo muy buena. A los equipos de ‘playoff’ los hemos ganado casi todos».

La suya quedará como la lesión más grave de las numerosas que ha sufrido la plantilla durante la campaña. «Que pasen tantas cosas afecta en muchos aspectos, más allá incluso de lo mental. Te preguntas constantemente quién va a ser el siguiente». El siguiente acabó siendo él, pero, pese a una madrugada oscura, al final le quedaron las suficientes fuerzas para salir del agujero. El balón y la canasta le esperan, impacientes.