Durante años, una de las imágenes más significativas del auge del baloncesto en Cáceres fue la de un rubio y espigadísimo jugador que lideró el sueño del ascenso a la Liga ACB, un 10 de mayo. Era la temporada 91-92 y Jiri Okac, con su camiseta número 7 y sus inmensas ansias de ganar, simbolizaba el amanecer de un club que durante los siguientes años no dejó de dar alegrías. Ahora, el mismo pívot, con 40 años, con el 11 a la espalda, es la expresión de la ruina que atraviesa la misma entidad. Las cualidades de su juego son las mismas, pero el entorno ha variado de forma radical. Es el terrible viaje al eterno apocalipsis de la canasta verdinegra.

De la ´bendición´ a la ´normalización´

Gestión insuficiente, falta de perspectiva

La grada toma el palco presidencial

El derribo y la desmoralización

Sordo clamor por el regreso de Núñez