No era un día cualquiera para ganar. Nunca lo es en Mónaco, y menos cuando la plana mayor de McLaren se presenta en Montecarlo para celebrar la victoria número 150 de la escudería en el Mundial, para dar lustre a su récord de triunfos en Mónaco con la número 14, para presumir de brillantes en los cascos de dos diamantes.

Manseaur Ojeh, el jeque saudí, propietario de 15% de las acciones de TAG en McLaren, atracó su inmenso yate en el puerto con ganas de vivir el gran premio. No estaba solo. El príncipe de Bahréin Bin Mohammed al Jalifa, que el año pasado compró a Ron Dennis el 30% de las acciones, también acudió a la cita del año.

El 40% restante es de Mercedes, y el otro 15% es la llave de Ron Dennis para ser el absoluto jefe de todo, para tomar las grandes decisiones y supervisar hasta los más mínimos detalles. Ante todos ellos ganó Fernando Alonso su pulso a Lewis Hamilton y se colocó de nuevo líder del Mundial. Un golpe de autoridad.

Buen rollo

Las victorias son la mejor medicina para las crisis. En ese escenario llegaron de nuevo los abrazos y las felicitaciones, nada que ver con lo visto en Barcelona 15 días antes. "Yo no salgo a la pista a dar lecciones a nadie, salgo a ganar la carrera", dijo Alonso, zanjando tensiones tras abrazarse a su compañero en la meta, justo antes de chocar las manos con cada uno de sus mecánicos.

Dos horas antes, cuando los pilotos salían del box para llevar sus coches a la parrilla, casi todas las cámaras seguían a Lewis Hamilton. Alonso completó el trayecto más tranquilo de los últimos dos años, escondido tras el tumulto que arrastraba el actor Jude Law o la modelo Petra Nmecova entre un rosario de celebridades y ricos. Puede que el asturiano se encuentre más cómodo con la atención focalizada en otros, pero ese no es su papel. El suyo es el de bicampeón, el jefe de la parrilla y líder del equipo. Ahí sí está cómodo.

"Es difícil disfrutar pilotando en este circuito, pero yo lo he logrado", desveló mientras mostraba un McLaren a pequeña escala construido en oro y piedras preciosas por la joyería Steimetz, la misma que incrustó en su casco brillantes para dibujar la leyenda Mónaco 07. Todo un objeto curioso.

McLaren tiene dos diamantes como pilotos, pero uno brilla más; al otro aún le falta pulirse un poquito. Muy poco, es cierto. "Yo soy un novato, corro a la expectativa por si algo le sucede a Alonso", dijo Lewis, asumiendo un papel secundario tras la lección de su compañero. El inglés es listo, muy listo. Sabe cuándo puede hablar de igualdad --exigió elegir la estrategia por delante de Alonso al llegar a Mónaco como líder-- y cuando debe explotar su condición de novato.

Ayer tocaba la de chico bueno, el que respeta las nunca confesadas tácticas de equipo. "Mi trabajo en la salida fue taponar a Massa, luego apreté a Alonso, pero él se comportó como el bicampeón que es". Pero el cachorro volverá a morder. Es cuestión de instinto y Alonso lo sabe muy bien. Por eso está obligado a no fallar, a dar en cada carrera lo mejor de sí mismo, aunque esa plenitud está por llegar. Cinco podios en cinco carreras. No está nada mal. Es más: extraordinario.