CACERES: Richard Nguema (9), Pedro Robles (5), Antonio Peña (11), Roberto Morentin (10), Olu Ashaolu (17) --cinco inicial-- Medina (0), Josh Duinker (3), Alex López (2), Miguel Lorenzo (0), Braydon Hobbs (11), Zane Johnson (2).

RIVER ANDORRA: Thomas Schreiner (8), Anton Maresch (11), Pablo Sánchez (3), Justin Safford (7), Tomas Hampl (8) --cinco inicial-- Marc Blanch (22), David Guardia (0), Devin Wright (4), Xavi Galera (2), Dimitry Flis (17), Albert Moncasi (0).

MARCADOR POR CUARTOS: 14-32, 30-49 (descanso), 54-63 y 70-82.

ARBITROS: Morales y López Córdoba.

Adiós. Digno y peleadísimo adiós, pero adiós al fin y al cabo. El Cáceres no pudo con el peso de un flojo primer cuarto y acabó cediendo la eliminatoria de semifinales de la LEB Oro frente al River Andorra. El 70-82 final cierra el tanteo en un 3-1 que no carece de justicia.

El equipo extremeño cierra la temporada con la misma posición que la pasada, la quinta, y una sensación muy parecida de que el objetivo se ha cumplido, aunque con el importante matiz de que se ha hecho con un proyecto mucho más modesto en lo económico. De nuevo se ha conseguido una importante identificación entre los protagonistas de la cancha y los de la grada, un mensaje inequívoco de que el baloncesto es un ingrediente clave en la escena deportiva la ciudad. La despedida fue una hermosa fusión entre esas dos patas imprescindibles de la mesa. La otra, la institucional-empresarial parece dispuesta a seguir adelante.

EL PARTIDO El primer cuarto, ese decisivo primer cuarto, fue un calco del que se disputó el viernes... pero al revés. Esta vez fue al River Andorra al que le salió todo y al Cáceres, absolutamente nada. Los visitantes sacaron el equipo competitivo que ha estado casi toda la temporada mandando en la LEB Oro y sometió por completo a su rival. Nada le funcionaba a Carlos Frade. Una inesperada tibieza defensiva se combinaba letalmente con el terrible desacierto ofensivo para poner el hipotético quinto partido de mañana muy cuesta arriba (14-32, min. 10).

El público, más abundante que en casi ningún momento de la temporada, no perdía la fe en los suyos. Entre el aliento que insuflaba y un par de acciones más de raza que de calidad, la esperanza pareció asomarse en el horizonte. Faltaban 7.30 para el descanso y la diferencia se había reducido a once puntos (21-32), un valioso logro que no se supo administrar. El Andorra es uno de esos equipos que, cuando huelen la sangre, se tiran al cuello, y siguió percutiendo el aro extremeño sin un gramo de piedad. Al contrario de lo sucedido en el playoff de hace 21 años, esta vez el pívot checo interminable lo tenían los del Principado y Tomas Hampl hizo especial daño. Ese nuevo estirón visitante dejó el choque en 30-49 al descanso después de haberse llegado a una máxima de 26-48 (min. 19). Un océano que, pese a todo, invitaba a lanzarse a él y nadar.

HASTA EL FINAL A estos once jugadores y al brillante tipo que les dirige --algún día no muy lejano le veremos en la Liga Endesa-- les sale la fe por las orejas. Es el gran legado que van a dejar, aunque lo deseable es que la mayoría se quede para que sigan acreditando su progreso.

El segundo tiempo fue un acordeón que tuvo como melodía constante esa fe, pero era muy difícil. El Cáceres encontró un poco más de acierto y se encomendó a una zona 1-3-1 para ir recortando diferencias, pero periódicamente esas acometidas eran cortadas de raíz. Marc Blanch se hizo con el mando de las operaciones cuando más quemaba el balón, pero no evitó que el choque estuviese razonablemente abierto faltando diez minutos (54-63). Olu Ashaolu se peleaba contra las torres visitantes sin una pizca de miedo.

No era el día de Pedro Robles en lo que fue su despedida. A él y a Braydon Hobbs se les salieron un par de triples consecutivos que hubiesen puesto la situación más on fire . Y el Andorra no perdió esa distancia de seguridad que había amasado en el primer tiempo y la temporada se le fue escurriendo entre los dedos a los cacereños. Thomas Schreiner acabó con la esperanza con un triple faltando menos de dos minutos. Y, tras unos momentos de decepción, la cabeza muy alta. Casi más alta que nunca.