No se puede decir que pase inadvertido. Bernardo Plaza empieza a ser muy conocido entre los aficionados del Cacereño, los que acuden al estadio y los que no, que son mayoría. Ahora, el entrenador, sobre el que en el mundillo futbolístico de la ciudad apenas se conocía su currículum en el banquillo del Santa Amalia y en las oficinas del Mérida, ha conseguido estar en boca de todos, a veces a su pesar.

Esa popularidad le pilla en plena doble revolución. La primera, la personal. "Algunas veces puedo parecer agresivo y hoy he intentado moderar mis gestos", afirmó tras el partido frente al Miajadas, que terminó con otra exigua victoria de su equipo (1-0). Culminaba así una semana en la que habían salido a la luz las serias discusiones que mantiene demasiado a menudo con sus futbolistas, con papel estelar para la que tuvo con Andrada en el descanso del choque ante el Villanovense. "Quiero dejar claro que la plantilla está conmigo y que ya sé quiénes son los que van contando mentiras", apuntó.

Fichajes

Su relación con un sector de la afición tampoco es idílica desde que se enfrentó a un seguidor en el primer partido de liga con gruesas palabras y gestos. El Escuadrón Verdiblanco le pidió el domingo que se marchara mediante una pancarta, pero él sigue obstinado en triunfar en el Cacereño en lo que intuye como la gran oportunidad de su carrera.

Para ello tiene que reforzar un equipo que hasta ahora se ha mostrado timorato en ataque y errático en defensa. Al fichaje del portero Pablo Ancos en el lugar de David Macías --otro futbolista con el que había tenido sonados roces-- se unirán otros dos: un centrocampista de banda derecha y un delantero. Todo parece indicar que ha conseguido convencer al presidente Félix Campo para que invierta más en el equipo. Es su segunda revolución, la que debe elevar al Cacereño hasta, al menos, los puestos de la fase de ascenso. Lo contrario sería un rotundo fracaso. Y Plaza lo sabe.