No vendrá Carlos Sastre y su equipo a montar el cuartel general la próxima temporada en Extremadura, pues el gobierno autonómico veía más inconvenientes que ventajas.

No obstante, sí estuvo el corredor el pasado miércoles en Cáceres por un motivo bien diferente: fomentar el ciclismo entre los jóvenes, que es otra de las muchas acciones sociales de desarrolla este ciclista abulense que tiene, cuando menos, un curioso curriculum.

Se subía al cajón en París coincidiendo con mi llegada a su ciudad, Avila, por una carretera donde una mañana de domingo cualquiera puedes cruzarte con decenas de equipos federados entrenando. Una carretera cuyo acceso a la ciudad coincide con una escultura de Chillida en la cual se puede leer ´Al ciclismo abulense´, pues se debe saber, que un servidor que llegaba por motivos futboleros, y más concretamente para colaborar con la escuela de fútbol Milan Academy, y que se instalaba en la única provincia que tiene más licencias federativas de ciclistas que de futbolistas en relación al número de habitantes.

El campeón del Tour del 2008 fue iniciado en el ciclismo por su padre, Víctor Sastre, impulsor hace veinticinco años en su pueblo natal de la fundación de mismo nombre y con objetivos tan loables como erradicar la extensa plaga de drogadicción entre sus jóvenes vecinos a través de este deporte. Plaga que se llevó por delante al ´Chava´ ciclista profesional vecino, familiar de los Sastre y amigo personal de Iker Casillas, de localidad colindante.

Después de esto, es fácil entender el cabreo actual de los Sastre, en tanto que, superada de forma brillante esa primera plaga común en forma de integración social a través del deporte, se debe luchar ahora con una nueva plaga de sustancias nocivas aún más peligrosa, pues si la estándar arruina vidas, la nueva arruina vidas y exitosas carreras deportivas.

Coincido a menudo con Sastre en eventos solidarios e instalaciones deportivas, del mismo modo que coincido en el fondo, que no en las formas, con aquella ´patraña de niñatos´ que en el fragor de la carrera gala de la última edición denunciaba en referencia a supuestas esperas a los corredores caídos o averiados, entre los que se encontraba implicado el posterior vencedor y hoy acusado de dopaje.

Alzado de voz que, del mismo modo, han hecho de manera escrita más de una centena de atletas en relación a la ´Operación Galgo´, entre ellos el maratoniano extremeño Pablo Villalobos.

A todos ellos les honra por la defensa que de los deportes y su juego limpio manifiestan, pues si en cualquiera de ellos no se puede estar de espaldas a las nuevas tecnologías, a las nuevas estrategias, a los nuevos materiales y a los nuevos sistemas de entrenamiento para el alto rendimiento, sí es obligación estarlo para todo aquello que le puedan hacer perder uno de sus principales sentidos: el competitivo y, además, en igualdad de condiciones. Competición que ya en el ciclismo de la ´era antigua´ los participantes eran sancionados sí se se intuía la falta de la misma en las llegadas a metas, incluyendo caídas y averías. Del adulterio en el rendimiento físico, por supuesto, ni rastro por entonces.

La historia de las competiciones deportivas nos da múltiples ejemplos de curiosos fenómenos. El boicot político, las reivindicaciones raciales e igualitarias o las renuncias a las medallas en forma de protesta son solo algunos a los que hemos asistido, casi siempre a pie de pista. Todos afean, sin duda, pero ninguno llega al nivel de insistencia por parte de algunos en buscarles las vueltas a los distintos reglamentos, aún cuando en muchos casos y siendo justo decirlo, estos no se ajustan al nivel de desarrollo de la determinada actividad deportiva. El dopaje, el más doloroso.