El tiempo vuela cual pájaro en libertad. La vida cambia: al amor de nuestra infancia, con el paso de las hojas del calendario, le salen arrugas y pasa a ser un simple recuerdo nostálgico conjugado en tiempos verbales pasados. Nada es eterno en el tiempo, aunque sobrevive en la memoria.

Y en la memoria de los aficionados más veteranos del Cacereño y del Mérida, recordaran los característicos rizos de Fernando Espino Mendo (Guareña, 1966). «Llegaron a mi casa el entrenador, que era Bizcocho, y el presidente del Cacereño. Mi padre no quería que me fuese, yo tenía un trabajo fijo, pero quería probar el fútbol», cuenta. El inicio de un círculo.

En el CPC de la temporada 86-87, Fernando compartió vestuario con Pedro Pablo, Sarratea, Chinito o Toboso, entre otros. Campeones de Liga con un registro difícil de superar: tan solo encajaron 8 goles. «Era casi una selección de España. Nunca llegué a ser titular, pero siempre era el jugador número 12. El entrenador contaba conmigo. Había una superioridad grandísima sobre el resto de equipos», confiesa el delantero.

De ganar 100.000 pesetas, según confirma el propio jugador, a sobrevivir en la jungla actual. «He hecho de todo: temporero en el campo, fontanero, cuidador de personas mayores. Ahora trabajo en la construcción y también de camarero», reconoce sin pudor. Y con una sonrisa en la cara, mientras toma un granizado para aliviar el calor del estío.

Volver al pasado. Ese sueño inalcanzable. «Era muy joven, tenía solo 20 años, y no lo pensé bien. Tras conseguir el ascenso a Segunda B debí quedarme en Cáceres, pero echaba de menos a la familia. Si volviese atrás, hubiera estado viviendo del fútbol varios años», confiesa. Tras el Cacereño, Fouto llamó a su puerta. Primer círculo cerrado. Otro por llegar.

Mérida y antaño

«Pepe Fouto habló conmigo y me convenció. Me pagaba lo mismo que en Cáceres, pero estaba más cerca de Guareña y por eso vine al Mérida. Estuvimos a punto de lograr el ascenso, quedamos segundos empatados a puntos con el Don Benito. Tuvimos que jugar un partido de desempate en Cáceres, y allí nos ganaron», recuerda.

Un delantero inusual en aquella época. Su 1,69 metros siempre fue en su contra. «Mi físico siempre fue un hándicap. Si eras bajito como yo, tenías que ser muy bueno. Si eras alto, te ponían de titular sí o sí. En el Mérida creo que no confiaron tanto en mí por esto», señala.

Y el fútbol, al igual que la vida, ha cambiado mucho. «Antes se movía más dinero. Recuerdo que en mi etapa en el Cacereño había jugadores que cobraban un millón de pesetas, cuando me enteré de eso pensé que a mí me habían engañado. Ahora se hacen más futbolistas, no es tan necesario el talento», indica.

Su etapa en la capital extremeña fue corta. «Estuve un par de años en el Mérida, pero me vine al Guareña. Los entrenadores contaban conmigo y me llevaba muy bien con mis compañeros, pero la familia tiraba mucho y decidí regresar a mi pueblo, donde también conseguí varios ascensos», rememora. Otro círculo cerrado para él.

Retirada y momentos

La familia, lo primero. «Creo que llegué a dar todo lo que tenía. No es que perdiese la ilusión, pero empecé a mirar más por mi familia. Me casé, me vine a Calamonte y tenía que ir a entrenar a Guareña. Con el paso de la edad, eso va quemando», explica los motivos de su retirada a la temprana edad de 30 años.

«Deportivamente, me quedo con el partido de Copa del Rey ante el Sevilla, donde marqué el gol, aunque perdimos 1-2. Luego he vivido momentos que no se pueden comparar al fútbol: el nacimiento de mis hijos o cuando nos comunicaron que mi mujer había superado un cáncer», reconoce.

El pasado ha vuelto a su vida en forma de premio. «Hace poco recibí el galardón a la Trayectoria Deportiva en Guareña. Fue un orgullo, lo recogí llorando. En activo, mi último premio fue a los Valores Humanos. Creo que es más importante que te recuerden por ser buena persona que por buen jugador», declara.

Y al final, los recuerdos no se los lleva el viento. «En Cáceres recuerdo ir por la calle y que la gente dijese: ‘mira, ahí va Fernandito’. Yo flipaba, parecía que era del Real Madrid. Luego también vivíamos siete jugadores en el mismo piso y se creó una familia. Si tengo que elegir, me quedo con mi etapa en el CPC», hace memoria.

Aunque también hay recuerdos más amargos. «Antes había mucha permisividad. Yo pasaba miedo en algunos campos. Me acuerdo de un bigardo que jugaba en el Villanovense que me tenía la guerra declarada. Yo era rápido y le costaba defenderme, cada vez que me iba de él me decía que me iba a matar. El fútbol de antes era muy duro», señala. Ahora ríe, antes no tanto. Un histórico del fútbol añejo.