Agente de jugadores: "persona física que, mediando el cobro de honorarios, presenta jugadores a un club con objetivo de negociar o renegociar un contrato de trabajo o presenta a dos clubs entre sí con objetivo de suscribir un contrato de transferencia, de acuerdo con las disposiciones del presente reglamento".

Detrás de esa fría y aséptica definición de agente FIFA, recogida en el reglamento del organismo internacional, se esconde un complejo mundo de intereses, un conflicto casi perpetuo entre ellos mismos, una pelea con directivos, hoy los seduzco y mañana, quizá, los desprecio si mi jugador quiere irse de donde está jugando, y la certeza, cada vez más real, de que son los dueños del negocio.

¿Qué tienen en común gente como Alain Miggliaccio y Josep María Mesalles? Son dos personas que igual ni se conocen, pero ambas tienen en sus manos el destino de dos estrellas. En realidad, de dos grandes industrias, porque los jguadores han dejado de ser únicamente futbolistas para transformarse en una marca.

Migglaccio gestiona, controla, orienta, supervisa y dirige la carrera de Frank Ribery, la estrella francesa del Bayern de Munich. Mesalles, mientras tanto, ejecuta y cumple los deseos de Samuel Eto´o. A uno, Ribery, lo había colocado Migliaccio con sus palabras en el Camp Nou hace unos meses, pero repentinamente ha cambiado de destino y, de irse, viajará al Bernabéu. A otro, a Eto´o, el Barça le busca equipo, pero Mesalles mira el contrato (acaba en el 2010) y echa cuentas para saber los días que les faltan para ser los dueños de su destino y elegir nuevo hogar.

Los mediáticos

Miggliaccio y Mesalles, Mesalles y Miggliaccio. Las puntas del iceberg, los agentes más mediáticos del verano, porque Jorge Mendes, el portugués que supervisa la carrera de Cristiano Ronaldo, está más tranquilo que nunca. No sólo por la espectacular comisión que ha percibido por el traspaso del Manchester United al Real Madrid (se calcula en casi 10 millones de euros, peo nadie quiere confirmar tan brutal cifra), sino porque se ha consolidado como el agente número uno.

Aunque la FIFA incluyó en el reglamento de sus agentes (están censados en 5.00 en todo el mundo) un código deontológico no puede evitar que sobresalgan tremendas guerras intestinas, donde confluyen traiciones, envidias y celos en busca de comisiones apetitosas por percibir. Es como la vida misma, pero con dinero, mucho dinero, por medio. Lo que hace aún más evidente todas esas peleas.

En España, por ejemplo, hay 558 agentes FIFA, lo que le convierte en el segundo país del planeta, solo superado, y por muy poco, por Italia (563). Es la prueba de que el fútbol latino genera tanto negocio que supera a mercados tradicionales y tan exportadores como Brasil (267 agentes FIFA) o países con enorme capacidad de negocio como Inglaterra (380), donde la organización de la Premier League supera a la de cualquier otro campeonato.

Hay muchos ejemplos de agentes conocidos A los clásicos como José María Mingella, Cysterpiller (ex de Maradona) o Martins y Pita (ex de Ronaldo, que acabaron en la cárcel) se unen otros de un relieve internacional fuera de toda duda. Hace doce años, Jorge Mendes era un anónimo portugués que no había triunfado como futbolista y había comenzado a ganarse la vida con un videoclub a pocos kilómetros de la frontera de Portugal con Galicia. Hoy es dueño de una empresa (Gestifute) que controla a más de 70 futbolistas, lo que le ha convertido en el agente más famoso del planeta. Lógico: representa a Cristiano Ronaldo y al técnico José Mourinho (Inter).

Hay jugadores que prefieren no alejarse de la familia nunca. Nadie mejor que ellos para cuidar su dinero. Así lo ha hecho Ronaldinho, entregado siempre al consejo de Roberto de Assis, hermano, agente, padre y hasta tutor de su carrera deportiva. Jamás requirió ayuda de un representante.

Su fútbol le llevó a la cumbre. Y después Roberto le vio visibilidad mediática y publicitaria con tanta fuerza que ganaba (y gana) más dinero fuera del campo que dentro.

Messi-padre

Ese mismo camino ha seguido Leo Messi, uno de los mejores amigos que tuvo Ronaldinho en el Camp Nou. Al igual que Ronnie, la familia como elemento aglutinador. Leo juega, juega como los ángeles, eso es cierto, y Jorge Messi, su padre, lo mira desde fuera controlando todo los detalles extradeportivos de su hijo. Así fue desde que el delantero llegó a Barcelona con apenas 13 años de edad.

Así son los agentes, vistos como una imprescindible ayuda cuando un club quiere fichar a un jugador (sirva el ejemplo de José Luis Tamargo, el representante de David Villa), sin reparar en que después son un problema. Hubo un tiempo en el que los jugadores discutían directamente con los directivos los términos de sus contratos. Hace ya de eso una eternidad. Hubo un tiempo en que los agentes erean iezas menores en el engranaje.

Pero ahora son tan importantes --sin ellos no se entiende este negocio-- que sus comisiones (oficialmente deben ser del 3 por ciento) son tan galácticas como el sueldo de los futbolistas. Nunca se hacen públicas, amparados siempre en un oscurantismo que los hace todavía más ingobernables. La pelota no deja de rodar. Unos juegan a fútbol, otros gestionan el negocio. Los aficionados, mientras tanto, solamente miran.