El Tour se convirtió ayer en un auténtico caos cuando Egan Bernal estaba escribiendo una página para la historia del ciclismo que por culpa de una granizada exagerada no quedó completada del todo. El jurado internacional, de acuerdo con la dirección de la prueba, paralizó la etapa y se tomaron tiempos en la cumbre del Iseran. Pararon a los ciclistas que no sabían qué pasaba y protestaban ajenos a la grave situación. Era imposible circular en bici en el valle del Isère. Dejarlos continuar habría sido llevarlos al matadero, una invitación a acabar la ronda francesa dentro de un ataud.

No se podía seguir. Y punto. Se acabó la polémica. «Lo importante era garantizar la seguridad de los ciclistas. Era imposible circular. No podíamos hacer nada. Hablé con los comisarios y tomamos la decisión enseguida: se tomaban los tiempos en la cima del Iseran», explicó Christian Prudhomme, director del Tour. Agua, barro y un granizo, que se transformaba en hielo, convirtieron a la ruta del Tour en apenas 10 minutos en un río desbordado, el que frenó a Bernal en su entrada a lo grande en la gloria de la carrera, y el que seguramente salvó a Julian Alaphilippe de algo mucho peor que perder dos minutos con la joven estrella colombiana.

Los elementos impidieron que el Tour quedara definitivamente sentenciado en los Alpes, a dos días de París, en una etapa que empezó ya cruzada para Francia cuando Thibaut Pinot, lesionado en el muslo izquierdo, abandonaba con apenas 36 kilómetros superados.

Mientras Thomas marcaba el ataque de su compañero colombiano, mientras Kruijkwijk caía en la trampa del Ineos respondiendo precipitadamente al último vencedor de la prueba, Bernal no hacía otra cosa que tratar de retener en sus pulmones todo el oxígeno que podía respirar a más de 2.500 metros. ¿Y qué ocurría en el valle por debajo de las nubes del Iseran? Se cerraba el cielo, caían dos, cuatro gotas y enseguida un diluvio universal, una granizada brutal que dejó la carretera impracticable.

Bernal, un hombre solo al mando del Tour, emulando a los grandes astros de la historia, se disponía a bajar el Iseran, coger aliento en el llano y enfilar luego la subida a la estación de Tignes por una ruta inédita y con suficiente dificuldad para que el joven colombiano, pletórico, hiciera todavía más daño a Alaphilippe, quien gracias al granizo, salvó, por lo menos, la segunda plaza de una general que, realmente, es muy difícil que se le escape hoy a Bernal, aunque vuelva a caer una granizada que quite el hipo y asuste a la organización. «Todavía no he ganado pero en Val Thorens me voy a dejar la vida para defender este amarillo. Tendrán que sufrir para quitármelo», pronosticó un Bernal que si gana el Tour se convertirá a los 22 años en el más joven vencedor de la carrera desde la Segunda Guerra Mundial superando a Gimondi y Ullrich.

Y, en eso, en plena hazaña de un colombiano que puede marcar historia en la ronda francesa, llegó una moto de la carrera y le hizo señales de que aminorara el ritmo. Y lo mismo le anunciaron al grupo perseguidor. Nadie sabía qué pasaba e, incrédulo, muchos se negaron a parar, hasta que la insistencia les hizo bajarse de la bicicleta, montar en los coches y empezar a pensar en la decisiva etapa de hoy.