Por desgracia, esta es la frase que hemos escuchado repetidas veces los aficionados del Cacereño en los últimos 25 años.

El arbitraje de Megía Dávila en el playoff de ascenso a Seguna en el 98, el gol en el descuento en la última jornada del Betis B que nos descendía a Tercera División, el descenso en Linares, el no ascenso ante el filial del Deportivo, Beasain, Socuéllamos, Formentera, Villanovense y el autogol de Alberto Delgado en la última jugada del partido de Copa del Rey ante el Eibar.

Son muchos los momentos en los que el fútbol nos ha dado la espalda. De hecho, son pocas las alegrías que hemos vivido apoyando al club de nuestra ciudad. Todo esto ha creado un halo de ser un club pupas, un club en el que muchos consideran que somos una generación perdida, la cual no veremos a nuestro equipo disfrutar de las mieles del fútbol profesional que otros equipos de la comunidad si han disfrutado.

A pesar de todo, en el horizonte se otean brotes verdes. Parece que a nivel institucional el club empieza a dar señales de vidas con la llegada del empresario local Carlos Ordóñez. A nivel deportivo, debido al coronavirus, queda una Tercera muy devaluada en la que incluso un hipotético ascenso, con la creación de la Segunda División B Pro, nos haría permanecer la siguiente temporada en cuarta categoría. Pero si de algo puede alardear el aficionado cacereño es de paciencia. Así que esperaremos lo que haga falta a que el fútbol nos pague lo que nos debe, pero a veces pienso… ¿el fútbol nos debe una o nosotros le debemos una al fútbol?