Tras perder ante Ian Crocker en los 100 metros mariposa de los Mundiales de Barcelona del 2003, en el Palau Sant Jordi, su entrenador, Bob Bowman, le pasó el recorte de un periódico barcelonés del día siguiente que titulaba: "Phelps es humano". Ese recorte estuvo pegado mucho tiempo en la taquilla del nadador en la Universidad de Michigan, como uno de sus habituales resortes de motivación. Desde entonces, Michael Phelps no ha vuelto a perder ante Crocker.

Phelps fue un niño hiperactivo, aquejado de déficit de atención, que encontró en el agua el elemento donde reconducir sus inquietudes. Su familia se desestructuró con la separación de sus padres y, desde entonces, ha estado muy unido a su madre, Debbie, y a sus hermanas, Hilary y Whitney, también nadadoras, pero de un nivel inferior. "Tengo mamitis", ha reconocido alguna vez Phelps, al que no se le conocen más tropiezos que un incidente que sufrió en el 2004, poco después de los Juegos de Atenas. Conducía con un límite de alcohol superior al permitido y fue detenido. Pidió perdón públicamente y desde entonces su conducta ha sido ejemplar.

A los 11 años conoció a Bowman en el North Baltimore Aquatic Club y, desde entonces, no ha conocido a ningún otro entrenador. Bob ha supuesto para él algo así como la figura paterna que ha acompañado su carrera. En cuatro años, el trabajo del técnico y la constancia de Phelps le llevaron a ser el nadador más joven (15 años) de la selección de EEUU en los Juegos de Sídney 2000, donde ya entró en la final de los 200 mariposa. Con 15 años y 9 meses, ya tenía el récord de esa prueba en su poder y, con 19, ganó ocho medallas en Atenas 2004, aunque dos fueron de bronce.

Peculiar

Aparte de la pasión por su madre, también muestra una gran afición por los videojuegos, los documentales sobre la naturaleza y el hip-hop, música que escucha hasta el mismo momento de lanzarse a la piscina. Phelps suele mostrar un apetito voraz, que en Pekín intentó controlar, pese a lo cual ingirió grandes cantidades de pasta y pizza.

Una vez completada su imposible misión, Michael desea volver a casa, cumplidos los compromisos con los patrocinadores. "Sueño con no hacer nada, tirarme en mi cama y ver la tele. También me muero de ganas de ver a mis amigos", dijo ayer. Y es que Michael podría ser perfectamente el chico del apartamento de al lado, aunque a partir de ahora tendrá que hacer sitio en su caja fuerte para ocho medallas de oro.