En más de una ocasión he expuesto en este espacio mi opinión general sobre los entrenadores, especialmente los futbolísticos. Para resumir, mi postura siempre ha sido la misma: son importantes, sí, pero no son, o no deberían ser, el centro del mundo, como a veces parece que les queremos hacer ver.

Estos últimos días han estado movidos en los banquillos extremeños. En Segunda B, el Mérida despidió a Loren, lo cual tiene su lógica ante los malos resultados, y ‘rescató’ a Nafti, al que hace casi tres meses despidió. Esto ya no es tan lógico, aunque en cierto modo habla bien del presidente romano, Daniel Martín, que pidió incluso perdón asumiendo el error. A la vista está.

En Tercera División nos encontramos con la sorpresa de la destitución de Nacho Lobo en el Trujillo. Bien es cierto que la mala racha era palmaria (doce encuentros sin ganar) pero el equipo estaba fuera de los puestos de descenso. Teniendo en cuenta que Lobo ha sido el entrenador que ha hecho historia en el club subiéndolo a Tercera, se podrían haber esperado. Pero el fútbol, ya se sabe, no tiene memoria para nadie. Ni siquiera para los pequeños ‘héroes’ como el entrenador cacereño.

En el Cacereño ha sucedido algo inusual (lo de Mérida, desde luego, también lo era) y el argentino Luis Américo Scatolaro anunció su despedida ante la imposibilidad de convalidar su título de entrenador en España a corto plazo. El club verde, desde luego demasiado confiado, no gestionó bien su fichaje, aunque Scatolaro realmente figuraba como auxiliar. Ahora el que estará al frente será el levantino Joaquín ‘Ximo’ Mas, que en realidad era el que figuraba como entrenador.

A mí lo que me interesa son los verdaderos protagonistas, los futbolistas, y los receptores del espectáculo, los aficionados. Técnicos sí, pero relativamente. Y con respeto.