Cuando David Barrufet te estrecha la mano, da la sensación de que se acaba el mundo. Con fuerza, pero, al mismo tiempo, lleno de suavidad. Esas manos han paseado por medio mundo hasta que ayer, en Pekín, palparon el bronce de una medalla olímpica. Entonces, David se emocionó. En realidad vivió un día irrepetible. "Estoy en el cielo, es la mejor forma de acabar", confesó el portero del Barça, de 38 años, cuando se despedía de la selección.

En el cielo estaba también Iñaki Urdangarín, antes compañero de Barru, ahora duque de Palma, gritando a Hombrados para que dejara la cancha y permitiera al azulgrana gozar de unos minutos inolvidables. "Yo oía que decían: Venga, un ataque más y sale Barru", confesó Pastor.

Pero David estaba preocupado. ¿Por qué? Quería quedarse la pelota del partido. No le fue fácil. Acabó el encuentro y ya la tenía en sus manos. Se le acercó un voluntario para reclamársela. Ingenuo. No se la dio. Llegaron más. Tampoco se la entregó. Ante la presión, se la pasó a Félix Brocate, delegado de la selección y presidente de la federación aragonesa. A partir de ahí, empezó el show Un tipo pequeño, vestido de rojo, corriendo por la pista, perseguido por varios chinos. Más le perseguían, más presumía del balón. "Es maño, sabía que no se la iban a quitar", bromeó.