Una vez izada ayer la bandera española en la Villa Olímpica, mañana es el día. Sí, es verdad, hoy toca disfrutar de la fiesta de la inauguración, pero los Juegos Olímpicos de verdad empiezan mañana. Y todo buen inicio provoca un efecto contagioso que se arrastra durante dos semanas. Nada mejor que comenzar el desafío chino con un equipo de ensueño en ciclismo, integrado por Carlos Sastre (ganador del Tour), Alberto Contador (ganador del Giro), Oscar Freire (triple campeón del mundo), Alejandro Valverde, el gran favorito, y Samuel Sánchez, dispuestos a arrebatarle el oro al italiano Paolo Bettini (salida a las 5.00 horas. TVE-1).

Si las bicicletas cumplen, todo irá rodado. No habrá dudas de la potencia deportiva de España, que ha abandonado los años de escasez y penurias para nadar en la abundancia. Basta mirar al gimnasta Gervasio Deferr, quien puede presumir de dos oros olímpicos consecutivos, para comprender la profunda transformación que ha sufrido el país. Antes era uno más; ahora es una potencia.

Solo recitar el nombre de los ciclistas ya asusta. Si cualquiera de ellos brilla a su nivel --ni más, ni menos, si solo hacen lo que se espera--, España entrará a lo grande en China. No deberá, por tanto, esperar tanto como en Sídney-2000 (la primera medalla apareció al tercer día con Isabel Fernández en judo) ni el país se pondrá nervioso como hace cuatro años en Atenas cuando necesitó otros tres sitó otros tres días para que María Quintanal festejara una plata en tiro. El ejemplo a seguir es el de Barcelona-92, cuando el tempranero oro del pistard José Manuel Moreno en el kilómetro fue el anuncio de la lluvia de metales.

Ahora, tras tanta visita de los vampiros a los españoles (dos en dos días), el ciclismo pisa la carretera china con una prueba ciertamente extraordinaria. Salen las bicicletas en un largo y simbólico paseo, de 245,4 km, que les llevará desde la Plaza de Tiananmen a la Gran Muralla, un viaje por la historia de un país milenario con un equipo de ensueño para España. Mañana en China corre el mejor equipo nunca visto desde que en 1996 se abrió la puerta al pelotón profesional. La prueba de que en España sí que hay vida tras la deliciosa dictadura de Miguel Induráin, el genio que alumbró un futuro maravilloso.

LA LUCHA CON BETTINI Pero por Pekín también anda Paolo Bettini y no es un cualquiera. En el pecho del toscano aún queda la huella del oro conquistado en Atenas hace cuatro años y los campeones --si son italianos aún menos-- no se rinden fácilmente. Ni siquiera ante un quinteto irrepetible. Entre tanta suciedad, entre tanto vampiro, los españoles han sido saludados por el mundo como la esperanza de un ciclismo mejor. De un ciclismo limpio. ¿Utopía? Sí o, tal vez, no.

"La carrera de unos Juegos Olímpicos no tiene nada que ver a la del Mundial", advierte Valverde. No lo dijo. Pero es obvio. Nadie puede controlar una carrera con solo cinco corredores. Es imposible, lo que abre multitud de hipótesis sobre el desarrollo de la prueba. Por eso hay opciones también para ciclistas que vienen solos. En ese grupo caben el alemán Stefan Schumacher, que acaba de ganar las dos contrarrelojs del Tour, el ruso Denis Menchov y otros con menos nombre: los luxemburgueses Kim Kirchen y los hermanos Schleck, el australiano Michael Rogers, el suizo Fabian Cancellara (doble campeón del mundo) y el americano Levi Leipheimer. Pero lo que se libra mañana es otra batalla entre España e Italia, los dos transatlánticos.

UN DURO CIRCUITO Sabe Bettini, como sabe también el dream team español, que hay un rival que no pueden vigilar. Ni gobernar. "El circuito es más duro de lo que decían", explica Valverde. La prueba empieza con 70 kilómetros planos antes de entrar en un circuito de 12 kilómetros de subida y otros 12 de descenso, que deberán completar siete veces. Salen de Pekín, pasan por delante de una ciudad prohibida y acaban al pie de una muralla, combatiendo el calor, la humedad y el cielo gris que casi nunca se ve azul.