Estados Unidos participa en Pekín 2008 con un equipo que es el favorito número uno para ganar el oro, pero Argentina, campeona olímpica de 2004, sacó hoy a relucir la cara humana del cuadro estadounidense y marcó el único camino que España puede tomar si quiere mejorar la plata que ya se ha metido en el bolsillo.

Un parcial de 0-18 en cuatro minutos, los transcurridos entre el cuatro y el ocho del primer cuarto, o dicho de otra forma, a las primeras de cambio, sin conceder el más mínimo margen, estuvo a punto de destrozar la segunda semifinal del baloncesto masculino de Pekín 2008. Pero Argentina regaló al baloncesto olímpico un auténtico derroche de orgullo y compromiso colectivo, en suma, de baloncesto y honestidad deportiva. Los suramericanos tenían por delante motivos más que suficientes para haber bajado los brazos, dejarse llevar y esperar al encuentro del próximo domingo (12.00 hora local; 04.00 GMT). Pasaron de un 4-3 (m.4) a un 4-21 (m.8) y acabaron el periodo a diecinueve puntos de la nave de los profesionales norteamericanas (11-30).

Aparte del castigo anotador infligido por los estadounidenses al aro albiceleste, Manu Ginobili, uno de los baluartes de los Spurs de San Antonio, se lastimó un tobillo a falta de 3:39 minutos para la conclusión del primer tramo. Por si no bastaba perder a un puntal del calibre del tres veces campeón de la NBA, Andrés Nocioni estaba, en principio, descartado para el partido. El alero de los Bulls de Chicago pasó unas pruebas médicas antes de la semifinal que detectó 'partículas osteocóndriticas" al lado del tendón de la rodilla derecha que le han martirizado en la capital asiática. En resumen, el tanteador daba miedo y dos vértices principales del equipo habían caído víctimas de la entrega.

Encontrar alguna selección capaz de obviar tanta adversidad es tarea prácticamente imposible. Pues bien, Argentina forma parte de tal exótica raza de equipos. Estos estrambóticos jugadores lograron, de entrada, rescatar el choque. Ahí es nada. Y, por añadidura, firmar uno de los escasísimos cuartos que los americanos han perdido en Pekín. Nada menos que por diez puntos (29-19 de serie) y 40-49 merced a una falta en el arco de triples sobre Carmelo Anthony en la que Juan Pedro Gutiérrez punteó el balón sin el menor contacto físico.

Ginobili, Pablo Prigioni, Fabricio Oberto y Luis Scola, cuatro campeones olímpicos en Atenas 2004, miraban el choque desde el banco. La defensa en zona de los suramericanos sacaba de sus casillas a los hombres de Mike Krzyzewsky. Los fantasmas particulares del baloncesto estadounidense en las últimas comparecencias internacionales sobrevolaban por el techo del magnífico pabellón de Wukesong.

El 40-49 del recreo colocaba la semifinal en una encrucijada con dos posibles sendas: que Argentina aguantara la salida norteamericana de la continuación y condujese la identidad del finalista a la incertidumbre más absoluta o que, por el contrario, los norteamericanos apretasen el acelerador y diesen carpetazo a la velada.

Argentina ha disputado todas las citas cumbre que ha alcanzado mermada. Ginobili se torció un tobillo contra Alemania en las semifinales del Mundial de Indianápolis 2002 -plata ante Yugoslavia en una polémica acción casi sobre la bocina en la que los yugoslavos dispusieron de unos tiros libres-. Fabricio Oberto tampoco pudo disputar el partido del oro de Atenas 2004.

Y nunca ha habido el más mínimo intento de justificar ningún marcador con estas cosas. Argentina juega con el corazón de un país detrás. Es una selección muy grande. Paralelamente, es un equipo que ha iniciado la sucesión generacional. Y es un equipo que, hasta el final, se batió ante los americanos con una dimensión baloncestística que le puede llevar hasta el bronce ante Lituania.