Muy pocos jugadores con 25 años pueden exhibir un curriculum deslumbrante y aún son menos los que saben tirar del carro en los peores momentos, aunque eso obligue a enfundarse el mono de trabajo y colgar el esmoquin. Ese es Raúl, el gran líder del Real Madrid, junto a Hierro, que jugó el sábado en Balaídos su encuentro 300 en Primera, casi una anécdota para un jugador que no conoce límites.

En ocho años y poco más de dos meses, que es el tiempo que ha transcurrido desde que aquel descarado chaval de 17 años debutase de la mano de Jorge Valdano en Zaragoza el 29 de octubre de 1994, Raúl se ha convertido en el gran símbolo del madridismo.

Una semana después jugó ante el Atlético y marcó un golazo por la escuadra. Era el primero de los 147 tantos que ha marcado en Liga en esos 300 partidos, lo que le sitúa en el quinto lugar de la historia del Madrid por detrás de Di Stéfano, Puskas, Santillana y Hugo.

Da igual que llegue Figo, Zidane o el mismísimo Ronaldo, porque el número siete no pierde su elevada cuota de protagonismo. Basta un hecho reciente para explicar esto. Cuando el brasileño recibió hace poco menos de un mes el Balón de Oro en el Bernabéu, el público se quedó ronco de gritar "Raúl, Raúl, Raúl".

El carisma del delantero blanco es tal que su sola presencia en el campo imprime un carácter ganador a sus compañeros. La explicación puede estar en el perfil que Hierro hace de su compañero. "Tiene corazón, es natural y tiene ganas", afirma el central, único de la actual plantilla que supera al delantero en partidos jugados (483).

"Los 300 partidos suponen una cifra importante y estoy orgulloso, pero mi sueño es ganar una Eurocopa o un Mundial con un gol mío", afirmó la estrella madridista el viernes.

También en esos ocho años ha habido desengaños, como ser el eterno aspirante al Balón de Oro. También le costó superar la marcha de su amigo Redondo y el choque frontal que tuvo con Florentino por meter al cacereño Fernando Morientes en la operación del fichaje de Ronaldo.