Ha sido un fin de semana especialmente ‘movido’ en lo deportivo, pero me voy a parar e intentar conectar entre sí tres situaciones diferentes y que, en al menos dos de los casos, se producen bastante a menudo.

Es evidente que lo más llamativo estuvo en la destitución de Rodri como técnico del Extremadura. La derrota en Elche fue la espoleta de una decisión que se venía barruntando durante las dos últimas semanas. Ya lo subrayé por aquí hace siete días: la cuerda siempre se rompe por el lado más flojo, y es imposible echar a 25 futbolistas. Empezó bien Rodri, pero las urgencias le han devorado, así como la marcha de Enric Gallego al Huesca, que ha dejado dinero, pero también un desierto goleador que, en cierto modo, era previsible.

De otro lado, el sábado asistí a una expulsión de un padre de una cancha de baloncesto ante las reiteradas protestas de éste. Jamás lo había visto, pero es posible. Por mí chapeau. Hay que desterrar malos comportamientos y que los propios hijos deportistas no se abochornen y no se genere violencia.

Por último me voy a referir a la expulsión y el posterior empujón de un jugador de fútbol sala en la Copa de Extremadura de este deporte. Como en el caso anterior, opto por obviar los nombres de los clubs porque estos no tienen culpa de estos comportamientos, de los que los protagonistas seguro que se han arrepentido ya. El árbitro, además, suspendió el partido. También muy bien por parte del colegiado, como en el caso del baloncesto.

Pues bien: con los tres casos expuestos, me quedo con el primero: que se destituya a un entrenador es puro deporte. Lo que no es de recibo son las otras dos actitudes. Que se fulmine a un técnico forma parte de la exigencia del triunfo. Que el club le pague el finquito y ya está. Ya se verá al final si está confundido o no.