Aún a riesgo de convertirse en preso de sus propias decisiones, como un personaje de popularidad efímera que idea cualquier locura con el afán de mantener su estatus, Zidane cumplió con la previsiones que no se cuestionaban que iba a cambiar algún elemento nuclear en la disposición para el Clásico tras el batacazo europeo ante el City, además de la titularidad de Kroos.

La inesperada novedad no fue el quinto centrocampista, tampoco la redención de Bale, ni siquiera la presencia antes del descuento del nuevo goleador Mariano, fue la alineación de Marcelo en sustitución de Mendy, después de que el técnico del Madrid proclamara en la previa que lo importante era mantener la fiabilidad defensiva del equipo.

Con todo y con eso, Vinicius volvió a ser el mejor atacante del Madrid y, aún con su dispersión en el remate, demostró superioridad ante Semedo, su habitual capacidad de desborde e, incluso, algo más de criterio en la última decisión, aunque para conseguir marcar, su remate tuvo que tropezar en la pierna de Piqué. El partido no fue un éxito defensivo apabullante del Madrid, pero el equipo de Zidane aguantó los malos minutos con trabajo y laboriosidad y, en un ataque visceral en el tramo final, el tiro que desvió lo justo la pierna de Piqué y el remate en pleno resbalón de Mariano hicieron bueno el planteamiento con una victoria.

Por el costado de Marcelo volcó el Barça muchos de sus esfuerzos ofensivos, en la misma medida que el lateral brasileño aportó una variante importante en la búsqueda de gol del ataque blanco, sin un rematador para finalizar y con demasiados centradores o filtradores de pases interiores. Setién colocó en flanco del brasileño a un centrocampista sin desborde como Arturo Vidal, más interesado en otras cuestiones tácticas, pero cuando entró Braithwaite al partido, instantes antes del primer gol blanco, no tardó ni un minuto en generar peligro a la espalda del brasileño. Fue demasiado tarde.

La banda de Marcelo no fue un coladero para la retaguardia de los de Zidane, aunque Sergio Ramos se tuvo que pluriemplear para salir a tapar huecos al costado, como si hubiera recuperado sus años como lateral, al choque y a la carrera; y el Barça tuvo tramos en los que acumuló ocasiones de gol, mientras que los mejores despliegues blancos, como ya viene siendo costumbre, terminaban con un remate tímido.

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Zidane tenía otras posibilidades para atacar y dispuso una novedad táctica para colocar a Isco en el centro, en la posición nuclear del ataque, justo por detrás de Benzema, con Vinicius en el costado fuerte en ataque (con Marcelo) y en el costado de Jordi Alba a un Valverde que cumple en todos los puestos, pero no destaca en la banda.

Más allá de la hora de partido y con dos remates de Isco como lo más peligroso que había conseguido, la presencia de Marcelo constantemente en tres cuartos de campo, casi como un interior, coincidió con los mejores minutos de los de Zidane.

La presencia del brasileño en zonas interiores para atacar abrió los espacios que aprovecharon Kroos y Vinicius para fabricar el primer gol del Madrid, pero su foto en la celebración: de rodillas, alejado del abrazo colectivo, golpeando con rabia el sueño con los puños cerrados; fue poca cosa en comparación con el éxtasis que transmitió minutos después, tras abortar en labores defensivas una carrera en solitario de Messi hacia Courtois.