En la favela de Ciudad de Dios hace 24 años que nació una estrella. El rincón más deprimido de Río, el mismo que inspiró la película homónima de Fernando Meirelles, fue el lugar en el que la pequeña Rafaela Silva comenzó a practicar judo a la edad de 7 años. Preocupados por la violencia en las calles, sus padres escogieron el deporte más seguro para ella y su hermana Raquel. Sabían que sobre el tatami del Instituto Reaçao, una oenegé montada por el judoca olímpico Flávio Canto (bronce en Atenas 2004), las balas de los narcotraficantes no podrían alcanzarles.

Rápidamente, el entrenador Geraldo Bernardes se dio cuenta de que la revoltosa Rafaela tenía aptitudes para llegar a lo más alto. En los Juegos Panamericanos del 2011, con 19 años, derrotó a su paisana Ketleyn Cuadros y se colgó la plata en la categoría de -57 kilos. Ese mismo año fue subcampeona mundial en Paris y tres años más tarde, en 2014, se coronó campeona mundial en su ciudad natal, Río de Janeiro.

Críticas y racismo

Pero no todo fueron éxitos en su carrera. En Londres 2012 los jueces la descalificaron en la segunda ronda al entender que Rafaela había aplicado un golpe ilegal sobre la pierna derecha de la húngara Hedvig Karakas. La imagen de la brasileña llorando desconsolada sobre el tatami dio la vuelta al mundo y las críticas le llovieron en su Río natal. El racismo de muchos de sus compatriotas dejó una huella muy profunda en su orgullo.

"Entrené mucho después del tropiezo de Londres porque no quería volver a pasar por eso. Muchos me criticaron y dijeron que era una vergüenza para mi país. Ahora soy campeona olímpica", declaró el lunes con una mezcla de alegría y rabia.

Momentos antes, Rafaela había hecho historia sobre el tatami del Arena 2 en el Parque Olímpico de Río 2016. Con un perfecto wazari, la maniobra más valiosa del judo, la brasileña lograba imponerse a la mongola Sumiya Dorjsuren. La primera medalla de oro de Brasil en estos Juegos era suya.

Sus lágrimas al escuchar el himno nacional ante su público hablaron de los prejuicios que Rafaela tuvo que afrontar hasta llegar a lo más alto del podio. Fue una de las pocas veces en la historia de Brasil en el que el nombre de Ciudad de Dios fue sinónimo de orgullo. Esta vez el hecho de ser mujer, negra y de una favela no fue un motivo de discriminación sino de admiración.

"Espero que esto sirva para los niños que ven el judo. Que crean que los sueños pueden hacerse realidad", añadió Silva consciente del efecto que su histórica medalla tendrá en las nuevas generaciones de los suburbios. El oro de Rafaela no es un metal, es un mensaje de esperanza para los habitantes de las 763 favelas de Río. Los favelados ya tienen su primera medalla. El primer gran legado de Río 2016 será el de la fraternidad entre todos los brasileños, ricos y pobres.