Mi nombre es Michael, Michael Schumacher, y soy hexacampeón del mundo de F-1. Piloto un Ferrari, tan campeón como yo". Schumi dejó ayer su firma sobre el asfalto del bellísimo trazado urbano de Melbourne a modo de aviso para navegantes. La estrella alemana (Ferrari, 1.24.718 minutos) castigó a sus rivales con más de un segundo de ventaja y sólo su compañero de equipo, el brasileño Rubens Barrichello, estuvo a su altura al quedar a 108 milésimas de segundo. El resto, incluído Fernando Alonso (Renault, quinto, a 1.135 segundos), quedó arrinconado en la cola de la parrilla del GP de Australia, que inaugurará el Mundial la próxima madrugada.

PRIMER GOLPE DE EFECTO Ferrari provocó con su insultante y arrolladora actuación un auténtico revuelo en el parque cerrado del gran premio. Todos, absolutamente todos, buscaron alguna justificación al terremoto provocado por los rojos. Nadie, absolutamente nadie, dio por definitivo el golpe de la scuderia. Muy pocos consideraron el alarde como una prolongación de los siete récords consecutivos batidos por Schumi en los últimos entrenamientos celebrados en Imola, tres días antes de que los bólidos fueran embarcados rumbo a Melbourne.

"La carrera no tendrá nada que ver con esto", empezó diciendo Alonso. "Los entrenamientos del viernes no sirven para nada. Quiero recordar que, el pasado año, aquí, en Melbourne, Ferrari logró los mejores tiempos el viernes y el sábado, y no ganó hasta el cuarto gran premio de la temporada".

Nadie quedó enmudecido al comprobar que Schumacher hacia el tiempo cuando quiso y como quiso, con una mano. Su facilidad fue prodigiosa. Eso sí, Schumi no lanzó las campanas al vuelo: "No soy tan ingenuo como para pensar que estos tiempos son de verdad. Todos mejoraran, pero al menos demuestran que estamos en el buen camino y que llegamos a Australia con los deberes hechos".